Esta campaña no es casual. Es una estrategia calculada. Saben perfectamente que Octavio Romero es un hombre de la más absoluta confianza de López Obrador.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 28 de julio del 2025.
En el gran tablero de la política mexicana, hay figuras que por su posición y lealtad se convierten en el pararrayos de todas las tormentas. Hoy, ese hombre es Octavio Romero Oropeza, el director de INFONAVIT. No es solo un funcionario; es un arquitecto de la “Cuarta Transformación”, un pilar del proyecto de nación de Andrés Manuel López Obrador y, por esa misma razón, el objetivo número uno en la guerra que libran los poderes fácticos y la oligarquía neoliberal para descarrilar al actual gobierno.

Para entender la feroz cacería mediática y política en su contra, hay que entender su rol. Romero Oropeza no es un técnico que llegó ayer; es un padre fundador del movimiento. Su lealtad y cercanía con López Obrador se forjaron durante décadas de lucha. Por eso, cuando la 4T llegó al poder, se le encomendó la misión más simbólica y económicamente crucial: rescatar PEMEX, la empresa que el modelo neoliberal había, según la visión del nuevo gobierno, sentenciado a muerte.

Su misión fue clara: revertir el desmantelamiento, frenar la caída histórica en la producción y caminar hacia la soberanía energética. Cada barril de petróleo extra, cada litro de gasolina procesado en refinerías rehabilitadas y, sobre todo, la monumental obra de la Refinería Olmeca en Dos Bocas, se convirtieron en símbolos de esta resistencia contra el viejo régimen. PEMEX dejó de ser una empresa en venta para convertirse en la fortaleza de la soberanía nacional. Y Octavio Romero fue su guardián.

Es precisamente por esto que la artillería mediática y política en su contra ha sido implacable. Los ataques, estratégicamente dirigidos por medios y analistas formados en la era neoliberal, se centran en tres frentes: la deuda histórica de la paraestatal (una herencia, por cierto, de las administraciones que ellos mismos defendían), los niveles de producción que, aunque estabilizados, no alcanzan picos de antaño, y cualquier accidente o incidente ambiental, magnificado para proyectar una imagen de caos e incompetencia.

Esta campaña no es casual. Es una estrategia calculada. Saben perfectamente que Octavio Romero es un hombre de la más absoluta confianza de López Obrador y del movimiento. Entienden que “doblarlo a él es doblegar al proyecto”.

Y aquí reside el verdadero análisis de la cacería. Atacar a Romero Oropeza es una guerra por delegación. Es la forma más efectiva que tienen sus adversarios de golpear el corazón de la 4T sin atacar directamente la figura presidencial. Si logran instalar en la opinión pública la idea de que el rescate de PEMEX es un fracaso, habrán asestado una herida mortal a todo el proyecto de nación. Si logran quebrar al guardián del templo obradorista, las puertas quedarán abiertas para que los mercaderes que fueron expulsados regresen a saquearlo.

Por eso, los ataques no cesarán. La oligarquía que perdió el privilegio de dictar la política energética del país no descansará hasta ver a Romero Oropeza derrotado. Saben que su caída no sería solo la de un funcionario, sino la de un símbolo, la de una idea. Sería la prueba que necesitan para declarar el fin de la utopía de la soberanía y el regreso de sus propios intereses. La guerra contra él es, en el fondo, la guerra contra el México que él representa.