Hoy, Asaf no solo es un diputado. Es un símbolo. Un testigo del poder, un confidente de los López.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 29 de julio del 2025.
En la política mexicana hay personajes que eligen no hablar, no aparecer, no figurar. Prefieren operar en silencio, construir alianzas en lo privado y ser —aunque parezca contradictorio— protagonistas desde la sombra. Daniel Asaf Manjarrez es uno de ellos. Un nombre poco mencionado en medios, pero muy presente en los pasillos del poder.
Desde el ascenso político de Andrés Manuel López Obrador y la consolidación de su movimiento, Asaf ha caminado siempre un paso detrás… pero nunca lejos. No se trata de un asesor común ni de un operador más. Daniel Asaf es parte del núcleo duro, el primer círculo. Es confidente, interlocutor, figura de confianza tanto del expresidente como de su hijo Andrés Manuel López Beltrán. Y eso, en la política real —la que se cocina lejos de los reflectores— significa mucho más poder del que aparenta.

Un diputado que no grita, pero mueve.
Hoy, como diputado federal de MORENA, Daniel Asaf mantiene la misma línea: perfil bajo, pocas declaraciones, sin protagonismo en redes ni escándalos mediáticos. Pero eso no significa inactividad. Al contrario. Su papel se desempeña fuera del estruendo político, pero con una eficacia quirúrgica. Construye, articula, negocia, conecta.
En un sistema político tan saturado de figuras públicas ávidas de cámara y atención, Asaf representa un perfil inusual: el del operador silencioso que prefiere ser fantasma para los reflectores y brújula para el poder.
No le interesa brillar, pero eso no lo hace invisible. De hecho, es precisamente su silencio lo que despierta mayor atención entre sus adversarios.

La obsesión de la oposición: destruir al operador.
Los grupos neoliberales y oligarcas, aquellos que vieron en la Cuarta Transformación una amenaza real a su modelo de privilegios, han entendido que para golpear al lopezobradorismo no basta con atacar a AMLO. Necesitan ir más allá. Necesitan penetrar su círculo íntimo. Y ahí es donde Daniel Asaf se ha convertido en un objetivo estratégico.
Porque da lo mismo que no dé entrevistas, que no publique tuits, que no suba videos. Su cercanía con Andrés Manuel López Beltrán y su papel como puente político y operador de confianza lo colocan en una posición sensible, incluso vulnerable, para los intereses del bloque conservador.
Los ataques en redes, las campañas mediáticas, los intentos de escudriñar su vida privada o profesional no son casuales. Son parte de una ofensiva planificada, quirúrgica, que tiene como único fin quebrar el círculo de confianza que sostiene al movimiento de la 4T.

No hay nada nuevo en tener un “operador de confianza”.
En toda estructura política sólida existen personas clave que no dan la cara, pero lo saben todo. Que no compiten por cargos, pero están detrás de las decisiones. Que no buscan el aplauso, pero hacen posible el funcionamiento del poder.
Daniel Asaf Manjarrez es uno de esos engranes. Su papel no es ilegítimo, ni ilegal. Es, en realidad, indispensable en cualquier grupo político que pretenda tener estructura, cohesión y estrategia. Lo que molesta a la oposición no es su rol: es su efectividad.
Molesta que no puedan quebrarlo. Que no haya escándalos. Que se mantenga firme en su hermetismo. Que no se filtre. Porque saben que Asaf no solo es operador, es un blindaje. Y mientras él se mantenga fuerte, el entorno más cercano de los López también lo estará.

La batalla silenciosa por el alma del movimiento.
El nombre de Daniel Asaf no aparecerá en las portadas de revistas, no encabezará encuestas, ni liderará campañas espectaculares. Pero en la política real —esa que no se televisa— su presencia es sinónimo de estabilidad y control dentro del grupo lopezobradorista.
Por eso lo quieren fuera. Por eso lo quieren roto. Porque debilitar a Asaf es debilitar un nodo crucial en la red que mantiene unido al corazón del proyecto político de AMLO y su familia.

El peso del silencio.
En tiempos donde todos quieren gritar más fuerte, Daniel Asaf eligió el poder del silencio. Un silencio incómodo para los adversarios, pero funcional para el proyecto que representa. No es una figura menor. No es un improvisado. Es parte del núcleo. Y por eso mismo, es blanco.
Hoy, Asaf no solo es un diputado. Es un símbolo. Un testigo del poder, un confidente de los López, un operador que molesta a quienes no pueden controlarlo. Y aunque su perfil sea discreto, su presencia se siente en los movimientos clave de la política mexicana.
Los enemigos de la 4T lo saben. Por eso lo atacan. Porque entienden que quebrar a Daniel Asaf sería abrir una grieta en la fortaleza del lopezobradorismo. Y en esta batalla, los silencios también son trincheras.