Hoy por hoy, uno de los pilares más importantes del gobierno de Clara Brugada Molina.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 8 de septiembre del 2025.
En política, hay figuras que iluminan los reflectores, que se convierten en el rostro y en la voz de un proyecto. Pero también existen los operadores silenciosos, aquellos que, lejos de la exposición mediática, sostienen la estructura que hace posible el gobierno. En la Ciudad de México, ese rol tiene un nombre propio: César Cravioto Romero, actual Secretario de Gobierno y uno de los principales aliados de la Jefa de Gobierno, Clara Brugada Molina.

Cravioto no es un improvisado ni un funcionario decorativo. Su función va mucho más allá del protocolo institucional. Es el puente, el mediador, el arquitecto de consensos en una ciudad que late con múltiples voces y que nunca descansa en sus demandas. En una urbe como la capital, donde conviven intereses empresariales, movimientos sociales, colectivos ciudadanos, sindicatos, organizaciones barriales y partidos políticos de todos los colores, se necesita un operador con temple, experiencia y visión estratégica.
El operador detrás del telón.
La Jefa de Gobierno encarna el liderazgo visible; pero detrás, Cravioto construye las alianzas, abre los canales de comunicación y evita que los conflictos se conviertan en crisis. Su labor es la del político que escucha y negocia incluso con aquellos que se autodenominan opositores irreductibles. La política, en su máxima expresión, no es solo confrontación: es diálogo. Y ahí, Cravioto ha demostrado tener la paciencia, el tacto y la firmeza para convertir tensiones en acuerdos.

Un ejemplo claro está en su relación con los alcaldes de oposición. Mientras otros podrían optar por la cerrazón, Cravioto entiende que la gobernabilidad de la Ciudad de México depende de tender puentes incluso en los territorios gobernados por quienes no comulgan con el proyecto de la Cuarta Transformación. Ese gesto, que parece obvio, es en realidad un signo de madurez política.
El hombre de confianza de Clara Brugada.
La confianza política no se regala: se construye. Y Clara Brugada ha depositado en Cravioto una de las tareas más delicadas de su administración: garantizar la estabilidad de la capital más compleja del continente.

Esa confianza se explica no solo por su capacidad de negociación, sino por su visión estratégica. Cravioto sabe que la Ciudad de México es un crisol de ideologías y luchas sociales, y que su gobernabilidad no puede basarse únicamente en el poder institucional, sino en la construcción de legitimidad social. Su habilidad para dialogar con colectivos en protesta, con organizaciones vecinales o con actores políticos de peso, lo coloca como el escudo y al mismo tiempo el puente de Clara Brugada.
La política como arte de navegar en aguas turbulentas.
La capital no ofrece tregua: cada día se encienden conflictos distintos, desde demandas laborales hasta protestas vecinales, desde reclamos feministas hasta exigencias empresariales. En ese contexto, el Secretario de Gobierno debe ser capaz de administrar las tormentas sin hundir el barco.

César Cravioto ha demostrado que entiende esa lógica. Su papel no es apagar fuegos de manera improvisada, sino anticiparse a las tensiones, escuchar antes de que la inconformidad escale y, sobre todo, dar cauce político a la protesta para evitar que se convierta en ruptura. En ese sentido, su labor no solo fortalece al gobierno de Brugada, sino que también consolida a la Cuarta Transformación en la capital.
El arquitecto invisible.
Si algo enseña la política es que los gobiernos no se sostienen únicamente en la figura de quien encabeza el poder. Se sostienen en los equipos, en los operadores, en los hombres y mujeres que hacen posible la gobernabilidad en lo cotidiano.
César Cravioto es, hoy por hoy, uno de los pilares más importantes del gobierno de Clara Brugada Molina. Su capacidad de tender puentes, su habilidad para negociar incluso en territorios hostiles y su visión estratégica lo convierten en un operador indispensable en la Ciudad de México.

Porque en una ciudad donde cada día hay voces que claman, protestan y exigen, la paz política no se decreta: se construye con diálogo, con acuerdos y con operadores capaces de entender que gobernar es, ante todo, escuchar.