En el ajedrez político, Adán ha sido peón, torre, alfil y, a ratos, rey en la sombra.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 29 de julio del 2025.
En la política mexicana hay hombres que transitan como sombras, otros que se presentan como relámpagos, y unos pocos que caminan como si supieran lo que viene antes que ocurra. Adán Augusto López Hernández es de estos últimos. Calculador, silencioso, frío, pero con una memoria de elefante y una lealtad de acero a quien le tendió la mano desde el inicio: su hermano político y de sangre ideológica, Andrés Manuel López Obrador.
Hoy, el Senador Adán Augusto no está en su mejor hora pública. Está en la mira. En el centro del huracán. En la línea de fuego de los medios, de sus propios compañeros de partido, y de esa fauna política que no olvida ni perdona cuando alguien tiene poder y lo ejerce. Pero él no es nuevo en la tormenta. La ha vivido, la ha olido, la ha cruzado antes. Y si algo ha demostrado, es que no se dobla.

“La Barredora” y las sombras del poder.
Los rumores que lo rodean no son cuentos de sobremesa. Son filtraciones, operaciones mediáticas, documentos deslizados con alevosía y colmillo. Hoy, el nombre de Adán Augusto se ve tocado por el narcotráfico, por los señalamientos de colusión en Tabasco, por los pactos oscuros que —dicen— rodearon su gestión. La palabra “narco” empieza a rozar su apellido como cuchillo que busca carne. La sombra de “La Barredora”, grupo criminal que suena en su tierra, quiere mancharlo como si fuese su tatuaje.
Pero en política nada es casual. Si hoy lo atacan con fuerza es porque aún tiene lo que muchos desean: estructura, información y aliados.

El que sabe, calla… y observa.
Adán no da declaraciones al aire. No llora en medios. No grita inocencias. Él espera. Observa. Lee los movimientos de ajedrez que se están jugando en su contra y, mientras tanto, toma nota. Porque si alguien tiene el archivo del sistema político mexicano, es él. Fue Secretario de Gobernación, y eso —en términos reales— significa tener acceso a expedientes, secretos, grabaciones, estructuras de inteligencia. Fue el hombre más informado del país, después del presidente.
Y no lo olvidemos: fue amigo y operador cercano del general Audomaro Martínez, el exjefe del CNI (Centro Nacional de Inteligencia), con quien construyó puentes —y tal vez sótanos— que hoy nadie quiere recordar. Desde ahí se armaron piezas, se desarmaron campañas, se cruzaron nombres en las mañaneras.
¿Quién cree que no sabe quién lo ataca? Lo sabe. Y lo está apuntando.

El político de los favores.
Lo que tiene Adán no se compra: se teje. Durante años, tejió una red de favores políticos que hoy pesan más que cualquier discurso. Diputados locales, federales, senadores, gobernadores, secretarios de Estado, alcaldes y hasta empresarios deben su lugar a sus gestiones. Les abrió puertas, les limpió el camino, les concedió espacios. Y en la política mexicana, los favores no se olvidan; se cobran.
Muchos que hoy callan por miedo o por cálculo, le deben algo. Y saben que si él cae, más de uno caerá con él. Porque Adán no construyó su poder en redes sociales ni en likes: lo edificó en acuerdos de pasillo, en lealtades firmadas sin tinta, en silencios comprados con puestos.

Un animal político no muere en silencio.
El sistema está tratando de enterrarlo vivo. Pero los que conocen a Adán saben que no está manco, ni cojo, ni solo. Tiene su grupo, tiene su gente, tiene sus fichas. Y aún no ha jugado la última.
En la lógica de la política dura —la de verdad, no la de telenovela— después del ataque viene la respuesta. La pregunta no es si responderá, sino cuándo y cómo. Porque en política, el que calla, a veces solo está apuntando. Y Adán está apuntando con la serenidad del que no necesita decir que tiene poder… porque lo tiene.

¿Viene el coletazo?
En el ajedrez político, Adán ha sido peón, torre, alfil y, a ratos, rey en la sombra. Hoy lo quieren dejar fuera del tablero. Pero este no es un político cualquiera: es un operador de guerra, un viejo zorro del sistema. Y cuando estos sienten que los quieren borrar, suelen devolver el golpe con fuerza quirúrgica.
El ataque ya está. La pregunta es si viene el contraataque. ¿Habrá coletazo? ¿Sacará los expedientes? ¿Encenderá el ventilador de los secretos?
Sólo el tiempo lo dirá. Pero mientras tanto, Adán sigue ahí. Silencioso, herido tal vez, pero no derrotado. Porque en política, como en la selva, los animales políticos no mueren de un balazo. Se arrinconan, se lamen las heridas… y esperan el momento para cazar de nuevo.
Y Adán, guste o no, es uno de los últimos depredadores del sistema.