La Presidenta de México no es rehén de Morena. Es rehén de su propia lealtad hacia Andrés Manuel López Obrador.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 24 de septiembre del 2025.
En la historia política de México, pocos liderazgos han sido tan avasalladores como el de Andrés Manuel López Obrador. Y hoy, en pleno 2025, ese liderazgo sigue marcando la ruta del poder, aunque ya no sea él quien despache en Palacio Nacional. La presidencia de Claudia Sheinbaum Pardo, la primera mujer en ocupar la silla máxima del país, no puede entenderse sin reconocer la sombra —y el peso— de su mentor político. Porque seamos claros: Sheinbaum no llegó por la fuerza de un partido, ni por la estructura de Morena, ni por los pactos de gobernadores, senadores o alcaldes. Llegó única y exclusivamente por la voluntad de un hombre: López Obrador.

La presidenta lo sabe. Y lo demuestra cada día. Su única lealtad real no está con los miles de militantes de Morena que sienten que la Cuarta Transformación les pertenece; tampoco con los diputados y senadores que se baten en tribuna; mucho menos con los gobernadores que buscan ser escuchados. El único compromiso político de Claudia Sheinbaum es con Andrés Manuel López Obrador y con su familia. Con nadie más.

Esa deuda no es menor. AMLO fue quien le abrió las puertas del poder: primero como secretaria de Medio Ambiente en el entonces Gobierno del Distrito Federal, luego como jefa delegacional de Tlalpan, más tarde como jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Y finalmente, como presidenta de la República. Paso tras paso, López Obrador la colocó, la respaldó y la protegió. Ella es producto político de un solo hombre, y en política las lealtades pesan más que los discursos.

Hoy, como jefa del Estado mexicano, Sheinbaum ha dejado en claro que su prioridad no es el partido, ni la militancia, ni los cuadros medios que sueñan con relevos. Su prioridad es blindar el legado y la figura de López Obrador, así como proteger a sus hijos de cualquier embate político o judicial. Andrés Manuel López Beltrán, José Ramón y Gonzalo, saben que el poder presidencial los cubre como un escudo invisible. Y ese escudo tiene nombre: Claudia Sheinbaum.

Incluso en el ajedrez internacional, la presidenta juega con esa carta. Sus pactos, sobre todo con Washington, se tejen bajo un mensaje implícito: López Obrador y su familia no se tocan. Todo lo demás puede negociarse. Esa es la línea roja. Ese es el “as bajo la manga” de Sheinbaum en cada mesa de negociación.

Mientras tanto, los gobernadores de Morena hacen fila en vano esperando apoyo; los senadores y diputados reclaman espacios que no llegarán; y la dirigencia nacional del partido queda reducida a un eco sin fuerza real. Porque la verdad es dura, pero innegable: Morena fue López Obrador, es López Obrador y seguirá siendo López Obrador. La presidenta no le debe nada al partido. Le debe todo a él.

Y ahí está la esencia de su mandato. Claudia gobierna con disciplina, con pulcritud, con ese estilo que parece técnico y académico, pero en el fondo, todo su poder se resume a una sola misión: cuidar el legado de quien la llevó hasta la cima. Su presidencia, lejos de ser autónoma, es la continuación de una deuda política que ella jamás se atreverá a romper.
Claudia Sheinbaum no es rehén de Morena. No es rehén de la oposición. No es rehén de las élites económicas. Es rehén de su propia lealtad hacia Andrés Manuel López Obrador. Y en esa lealtad absoluta, férrea e incuestionable, está escrito el verdadero límite de su presidencia.