OPINIÓN
Por: José R. Rodríguez Jiménez.
A ella no le tiembla la mano para aplicar la ley, incluso cuando los señalados provienen del mismo movimiento que la llevó al poder.
En México estamos acostumbrados a que los presidentes pronuncien discursos encendidos contra la corrupción y el crimen, pero que al final del día poco se refleje en los hechos. Hoy, por primera vez en nuestra historia, una mujer llega a la Presidencia de la República y, lejos de las palabras huecas, Claudia Sheinbaum Pardo está demostrando con hechos que el poder se ejerce con carácter, con firmeza y, sobre todo, con valentía.
La primera presidenta de México está enfrentando a los demonios heredados de un país golpeado por la corrupción y los cárteles. Y lo está haciendo con arrestos, con detenciones, con operaciones contundentes contra el huachicol, con golpes directos a los grupos criminales que se enquistaron en las estructuras del Estado. No es un discurso: son resultados que hoy marcan la diferencia.
Sheinbaum no gobierna para encubrir a nadie. No protege ni a compañeros de partido, ni a gobernadores, senadores o alcaldes que se disfrazaron con los colores guinda para pactar con criminales. A ella no le tiembla la mano para aplicar la ley, incluso cuando los señalados provienen del mismo movimiento que la llevó al poder. Esa es la diferencia con los ex presidentes del pasado: mientras ellos buscaron acuerdos bajo la mesa, ella rompe pactos oscuros y establece uno solo, inquebrantable, con el pueblo de México.
La presidenta lo ha dejado claro: el crimen organizado no tendrá cobijo en su gobierno. No habrá indulgencia para narcotraficantes disfrazados de políticos, ni para empresarios que lavaron dinero con la complicidad del poder. Sea quien sea, caiga quien caiga, los corruptos tendrán que responder ante la justicia. Esa decisión no es sencilla, porque implica enfrentarse a los mismos intereses que en otros sexenios paralizaron al Estado. Y sin embargo, Claudia Sheinbaum no se esconde ni se dobla: avanza con la certeza de que sólo así podrá devolverle al pueblo la confianza en sus instituciones.
Hoy México necesita creer que es posible vivir sin miedo, que la justicia puede imponerse sobre el dinero del narcotráfico, que la legalidad puede vencer al silencio cómplice. Y la presidenta lo entiende. Sus acciones envían un mensaje claro: este gobierno no tolerará la impunidad. Y esa es la mejor prueba de que no se gobierna con discursos, sino con carácter.
Claudia Sheinbaum está demostrando que ser presidenta no es un título, es una responsabilidad histórica. Y con firmeza, con pantalones y con amor a México, está escribiendo un capítulo que sus antecesores nunca se atrevieron a redactar: el capítulo de un Estado que por fin enfrenta de frente al crimen organizado.