Lemus y García se presentan así como una nueva generación de políticos que entienden el poder desde la colaboración.
Por: La Palabra Política.
Jalisco, 26 de agosto del 2025.
En la política mexicana solemos ver alianzas frágiles, pactos de ocasión, acuerdos que duran lo que un discurso en la tribuna. Sin embargo, lo que está sucediendo entre Jalisco y Nuevo León comienza a tomar otra forma: la de un eje estratégico que podría redibujar el mapa económico del país. Pablo Lemus, desde Guadalajara, y Samuel García, desde Monterrey, parecen haber entendido algo que muchos gobernadores olvidan: que en un país tan complejo como México, la fuerza no siempre viene de la confrontación, sino de la capacidad de sumar.

Ambos estados cargan con realidades distintas, pero al mismo tiempo complementarias. Nuevo León se ha consolidado como la tierra de la industria, de la manufactura, del nearshoring que hoy trae la mirada de Estados Unidos y Asia hacia el norte de México. Jalisco, por su parte, se ha convertido en un centro de innovación tecnológica, en el Silicon Valley mexicano, donde la creatividad y la ciencia generan futuro. Cuando esas dos vocaciones se cruzan, lo que surge no es sólo una alianza administrativa, sino la posibilidad de construir un motor económico nacional de doble hélice: la fuerza industrial y la fuerza tecnológica.

No se trata únicamente de firmar convenios ni de posar para la foto. La agenda que están planteando toca fibras profundas: la garantía de energía para que la inversión no se detenga, el cuidado del agua como recurso vital para sostener crecimiento, y la generación de infraestructura capaz de conectar lo que hoy parece lejano. Detrás de esas palabras técnicas hay un mensaje político más grande: México no puede esperar a que el centro resuelva sus problemas; las regiones pueden y deben ser dueñas de su destino.

Ese es el verdadero trasfondo de este eje Jalisco–Nuevo León. No es sólo un acuerdo económico, es un mensaje de autonomía política. Dos gobernadores, con estilos diferentes, han decidido mostrar que la colaboración no es una utopía. Que los intereses compartidos —el empleo, la inversión, el desarrollo— pesan más que las diferencias partidistas. Y ese gesto, en un país tan dividido, tiene un valor simbólico enorme.

El movimiento no es menor. Si se mide con frialdad, la suma de Jalisco y Nuevo León representa un peso decisivo en la economía nacional. Su participación conjunta en el PIB los coloca como líderes indiscutibles. Si logran sostener la sinergia, no sólo atraerán más capital extranjero, también marcarán el ritmo de la competitividad en México. Y entonces la política nacional tendrá que girar la mirada hacia ellos.
Pero la alianza también es un espejo. Mientras en la capital del país se discuten reformas políticas que polarizan y dividen, en el occidente y en el norte se teje un pacto práctico, enfocado en lo que importa a la gente: empleo, agua, energía, innovación, futuro. La lección es clara: el país no sólo se transforma desde el poder federal, también desde los acuerdos inteligentes entre estados que entienden que competir no significa destruirse, sino crecer juntos.

Lemus y García se presentan así como una nueva generación de políticos que entienden el poder desde la colaboración y no sólo desde el enfrentamiento. Si este eje logra consolidarse, no será exagerado decir que estamos viendo el nacimiento de un bloque regional con voz propia, con fuerza suficiente para disputar narrativa, inversiones y, eventualmente, influencia política en el tablero nacional.
Porque al final, más allá de cifras y proyectos, esta alianza envía un mensaje profundo: México necesita puentes, no muros; necesita socios confiables, no rivales internos. Y hoy, Jalisco y Nuevo León han decidido caminar juntos en esa dirección.