La estrategia de “retorno” de estos ex presidentes exhibe un doble filo.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 6 de mayo del 2025.
Hace apenas unas semanas, Ernesto Zedillo Ponce de León, el economista que ocupó la silla presidencial entre 1994 y 2000, irrumpió en el escenario político nacional con palabras que retumbaron en la polarizada plaza pública. Tras décadas de discreción —su mandato marcó el fin de la alternancia perfecta entre PRI y PAN, y luego se retiró a su laboratorio académico— Zedillo decidió opinar sobre las decisiones económicas y sociales del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. No lo hizo solo: se unió al coro crítico de otros exmandatarios de derecha, Vicente Fox y Felipe Calderón, sumando su peso intelectual a un debate que amenaza con resquebrajar el tenue consenso social.

En torno a las recientes críticas de Zedillo surge una pregunta inevitable: ¿busca aportar una visión experta para enriquecer las soluciones de país, o persigue reactivar las contradicciones políticas que beneficiaron a sus críticos de oficio? Su entrada al ruedo no fue accidental. Las decisiones de la actual administración —desde el manejo del presupuesto hasta la reforma energética— han trastocado equilibrios que los tecnócratas acostumbraban a cuidar con celo. Al alzar la voz, Zedillo reaparece como un capitán teórico de los ortodoxos del déficit, reforzando la narrativa de que el gobierno se desborda en gasto y populismo.
Pero conviene mirar más allá del ruido: la estrategia de “retorno” de estos ex presidentes exhibe un doble filo. Por un lado, inyecta al debate público una dosis de experiencia y argumentos económicos; por otro, aviva la guerra cultural entre “neoliberales” y “cuatroteístas”, un conflicto que —como advirtió Maquiavelo— sirve al poder que mejor capitaliza la división. En este choque de oradores, el verdadero ganador no es el proyecto de nación sino la propia polarización.

Y sin embargo, es paradójico: mientras los ecos de Zedillo, Fox y Calderón resuenan en las redes y las mañaneras, la respuesta político-electoral parece contraria. La base social que apoyó el cambio en 2018 muestra solidez. MORENA se fortalece con cada embate crítico, pues moviliza a su electorado ante la amenaza de volver al viejo libreto de inestabilidad y desconcierto macroeconómico. En otras palabras, al querer golpear, los ex presidentes terminan en eco que no equilibra la balanza política y socia en México, ya que la fortaleza de unidad de MORNEA y el Gobierno hacen robusto el actual modelo de gobernanza que ha elegido 35 millones de mexicanas y mexicanos.
Este capítulo abre, pues, un dilema: ¿será Zedillo un contrapeso necesario que obligue al gobierno a afinar sus finanzas y proyectos? ¿O actuará como catalizador de una crispación social que, lejos de mejorar decisiones, atrinchera a los mexicanos en trincheras de consignas? El tiempo dirá si su intervención enriquece el debate o solo hincha el músculo de la disidencia histórica.

Mientras tanto, el escenario queda listo para otra ronda de acusaciones y réplicas. El ring de la política mexicana vuelve a encenderse, y la brújula ciudadana deberá distinguir entre la crítica constructiva y el oportunismo de escritorio. En esa encrucijada, el gran desafío será no perder de vista el fin último: construir un país con acuerdos reales, no con estribillos prestados del pasado.