Cultura

Villahermosa, las Horas Santas

Villahermosa, las Horas Santas
José Rodríguez Castro

Aquí se dio el origen del mundo, la luz, el sueño, la tempestad y el amor como una llaga profunda en el corazón. El dolor y el pecado, la risa y el llanto, el desamparo y la soledad. La cólera y las obsesiones. La ciudad en el trópico: el Infierno. Ciudad construida tomando como referencia veredas y caminos, rellenando lagunas, pantanos, entre el lodo y el polvo, ladeando lomas o pasando por encima de ellas. Una ciudad de espejismos. Casas chicas de madera, ladrillo rojo, con tejados de láminas. Cuando en tiempos remotos, sin referencia ni calendario, tenía casas grandes, casonas, con techos de tejas de barro españolas, jardines, pozos de aguan tan clara donde se veía de color azul – verde – añil. Pasillos y corredores que tenían el sol plantado desde la mañana hasta el atardecer.

Ciudad anclada en la memoria sin tiempo. Sin huella. Sin rostro. Ciudad donde, hasta el día de hoy, la vida se dirige sin brújula, por el puro olfato. Al puro tanteo como si se caminara a ciegas por soles ardientes y noches compulsivas. Ciudad donde los vicios y pecados son virtudes celebradas. Obscena, provocativa, bochornosa, sofocada, impulsiva, apática, bañada en calor, incendiaria, sufriendo las grandes lluvias torrenciales, el mosquito y el calor sofocante.

Llueve, llueve, llueve y el calor no se quita. Agua y sudor corren por todo el cuerpo y la mente del hombre navega entre el lodo y por pantanos cenagosos.

La ciudad, un pueblo grande, postrado en el silencio del tiempo, de la nada, donde nada cambia, esperando el octavo día de la creación.

Por las noches la bestia perversa del trópico corre por los tejados con luna llena, grande y con su luz de agua blanca que apacigua el alma y produce sueños donde el cielo y la tierra dejan de existir. Ciudad escandalosa y de rumores y de chismes y nada discreta y sumisa. Irreverente. Donde nadie puede guardar un secreto. Todo se sabe, tarde que temprano. Todo saben las historias inconcebibles y hechos inenarrables. Sucesos y alboroto. Celos, envidias y odios. Rencores que provienen desde el origen de todas las cosas que florecieron desde la selva y matorrales del trópico. Por ratos es generosa. En otro, grosera y malvada. Poco paciente.

Ciudad con portales y comercios para mirar fiestas de colores y ojos de mujeres que buscan entre telas y cristales, perfumes y regalos, el apasionado amor. El amor como un alfiler. El amor como un diamante perdido en el brillo de una mirada, un sonrisa o en una gota de agua que cae por las noches.

El tiempo se detiene en la sombra. Descansa y bosteza como un animal prehistórico. La atmósfera en plena ebullición invierte la realidad. La ciudad deja de ser ciudad para ser un espejo de luz perturbadora y cruel. Desfigurada por los fogonazos del sol. Se evaporan las ideas y surgen las irremediables fiebres del cuerpo. El deseo es una supuración ardiente y brutal. Los apetitos de la carne es feroz y devora el placer. Los cuerpos se deshacen en charcos de sudor. El sexo, la pasión, la obsesión y el amor es un mismo fuego que se funden. Se incineran sin dejar rastro de cenizas. Los labios queman, las manos queman y los cuerpos queman. Los ojos se cierran por tanta calentura. La vida en un hilo.

La soledad es un decir, una palabra, una sensación inexplicable. Se anida en la mente como una espesa niebla. Un paraje. Un entresueño. Estar solo. Verse los ojos en el espejo todas las mañanas sin poder decir, vida mía, cada día te amo más. Caer cansado todas las noches en la cama y abrazar el aire para llenarse de amor. Morir poco a poco sin poder decir la última oración. Llegar a casa y encontrar al gato encima de la mesa del comedor. Encender la lámpara y ver cómo la soledad huye con la luz, se esconde bajo las sábanas y los rincones.

La soledad es contemplar el cielo sin sol. Ver en el horizonte los relámpagos como latigazos que rasgan las nubes. Presentir el tiempo como se evapora. Ver llover desde la ventana escuchando los chorros de agua corriendo por los tejados. Dejarse caer en la hamaca. Cerrar los ojos y verse así mismo como un misterio. En el atardecer púrpura, ver una luna roja y una franja morada y una estrella azul. Pájaros volando hacia rumbo desconocido. Ver los ojos tristes de una mujer que dice adiós desde la ventana de una antigua casa. Un hombre sentado en un parque leyendo la última carta de amor. La última estrella de la madrugada. Las calles bañadas con brillante betún y charcos de agua. Los reflejos dorados decorando las casas sombrías y melancólicas.

Los espejismos estimulan el mal hábito de caminar bajo el sol, seguir pasos de fantasmas que se esfuman al atardecer. La ciudad es de vidrio turbio. Se recomienda coger las sombras para ver entre la vaporación los cuerpos desenfocados. Ver en la atmósfera manchas de sangre entre esfumados colores ocres y azulinos. Las calles son planchas de acero. El aire hirviendo zumba en los oídos y produce dolor de cabeza y vértigo. Se pierde el sentido de la existencia. ¿Se está en este o en otro mundo? Es difícil afirmarlo. El gran misterio por descubrir.

En esta ciudad nadie descansa en paz. Es el Purgatorio. El Paraíso infernal. El Paraíso no descrito jamás en los tratados bíblicos. Un llanto retenido por la ausencia de amor o por el niño huérfano de la calle que no encuentra a su madre que por locura de amor lo abandonó. La madre embriagándose en besos y el niño pidiendo una limosna con su pequeña mano extendida y su cara sucia o pintada de blanco y negro, convertido en payaso, sin dolor. La falsa sonrisa para animar sentimientos incomprensibles. Sufrimiento por aquél que sufre una perpetua condena y que morirá en una cama de acero. Entre rejas, moscas, putrefacción, ratas, orines, paredes corroídas y salitrosas. Una espera eterna con ojos de ilusión infantil. Una ciudad para llenarse de emociones como un cántaro de agua que la recoge y lo conserva para calmar la sed.

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La Palabra Política

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