Por: Jose R. Rodríguez Jiménez

Arrebatarle el Poder al Costo que Sea.

CDMX, 13 de noviembre del 2024.

La llegada de Claudia Sheinbaum Pardo a la presidencia marcó un momento histórico: se convirtió en la primera mujer en llevar la banda presidencial, un logro que simboliza un avance en la representación política y el clímax de la Cuarta Transformación iniciada por Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, ese ascenso también desató una lucha interna feroz, donde las distintas facciones de MORENA han comenzado a movilizarse para asegurar su propio control del poder y construir un camino hacia el 2030.

En esta pugna, los presidentes municipales, gobernadores, diputados locales, diputados federales y senadores han encontrado una nueva motivación para alinear sus intereses en torno a los líderes de las tribus políticas que les prometen respaldo y posición en los próximos ciclos electorales. Esta coalición interna se fortalece con una premisa clara: proteger sus espacios de influencia y consolidarse para desafiar a la presidenta en un futuro no tan lejano. Para Sheinbaum, el mayor desafío no solo es gobernar un país dividido por problemas estructurales; también debe controlar el caos interno de MORENA, donde el deseo de poder se ha vuelto una ambición desmedida que busca desestabilizar su liderazgo.

Lo que en algún momento se consideró como un proyecto unificado de transformación se encuentra ahora dividido en facciones que han pasado de ser aliados a competidores. Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal han creado redes políticas que buscan asegurar su propio futuro dentro del partido. Cada uno ha construido una base de seguidores y ha colocado a sus aliados en posiciones estratégicas a nivel local y federal, preparándose para una eventual confrontación interna que les permita disputar el control del partido y, en última instancia, de la presidencia.

Esta dinámica ha desencadenado una serie de acciones en todos los niveles de gobierno. Los presidentes municipales y gobernadores han comenzado a realinear sus lealtades y a definir su pertenencia a una u otra tribu. Diputados y senadores no se quedan atrás, ajustando su respaldo según sus propios intereses y los de los líderes que consideran capaces de garantizarles una posición de poder en el futuro. Así, el partido se convierte en un campo de batalla, donde cada grupo se fortalece y se arma de recursos políticos y económicos para enfrentar a la presidenta, quien, en la práctica, no solo debe avanzar en su proyecto de gobierno, sino contener los embates que vienen desde su propio partido.

La ambición desmedida dentro de MORENA ha generado un ambiente de inestabilidad que trasciende los límites del partido. Las tribus internas han comenzado a implementar estrategias que buscan alterar la paz social y política, creando tensiones que afectan tanto a la administración de Sheinbaum como al país en general. En lugar de contribuir al fortalecimiento de la Cuarta Transformación, muchos actores se encuentran comprometidos con tácticas que siembran caos en distintas áreas de gobierno, debilitando así el liderazgo de la presidenta.

La manipulación y el oportunismo político no se limitan a las esferas de gobierno. La base social que en su momento apoyó el proyecto de López Obrador también se encuentra dividida y, en algunos casos, desilusionada. Los discursos de unidad y transformación que alguna vez fueron poderosos están siendo percibidos como simples promesas que ocultan un trasfondo de intereses personales y luchas internas. La lealtad al proyecto de la Cuarta Transformación se ha convertido, en muchos casos, en un juego de conveniencia, y los electores ven con desconfianza cómo las facciones se preparan para la batalla de 2030, dejando de lado los ideales que alguna vez inspiraron a millones de mexicanos.

Para Sheinbaum, el reto es doble: por un lado, tiene que lidiar con los problemas inherentes a la presidencia, desde la economía hasta la seguridad. Por otro, enfrenta la presión constante de una base política que, lejos de fortalecerla, busca desgastarla en cada oportunidad. La banda presidencial, que debería simbolizar una estabilidad en el poder, se convierte en un objetivo de disputa entre las facciones de MORENA, cada una esperando que su tiempo llegue, alimentando el conflicto interno y haciendo que el liderazgo de Sheinbaum esté siempre bajo asedio.

La presidenta se ha visto obligada a mostrar un discurso de unidad y paz, convocando a sus militantes a unirse por el bien del proyecto. No obstante, su llamado es interpretado por muchos como un intento de contención más que como una muestra de verdadero consenso. Los grupos de poder dentro de MORENA, lejos de abandonar sus planes, han intensificado su preparación, consolidándose en áreas clave como las alcaldías, los congresos locales y el Congreso de la Unión, en una estrategia de largo plazo que los perfila como los futuros contendientes por el poder absoluto.

En última instancia, el conflicto dentro de MORENA no es solo una pugna por los intereses del partido, sino una batalla anticipada por la silla presidencial. Los actores políticos saben que el tiempo corre, y el 2030 se presenta como el horizonte en el cual cada facción buscará imponerse. El poder, que alguna vez fue centralizado y unificado bajo López Obrador, se encuentra ahora fragmentado, y la presidencia de Sheinbaum es vista como un periodo de transición que los actores internos intentarán explotar en su favor.

El riesgo de esta fragmentación es grande: si MORENA no logra superar sus conflictos internos, la lucha por el poder podría no solo debilitar el liderazgo de Sheinbaum, sino poner en peligro la estabilidad del proyecto de la Cuarta Transformación. La silla presidencial, lejos de consolidarse como un símbolo de unidad, se convierte en un trofeo que cada grupo pretende arrebatar, y el país observa atento el desenlace de esta contienda que determinará no solo el futuro de MORENA, sino el destino político de México en los años venideros.

La presidencia de Claudia Sheinbaum Pardo es, hasta ahora, el experimento más ambicioso de la Cuarta Transformación, pero también es la prueba de fuego para un partido que enfrenta sus propias contradicciones y luchas internas. MORENA se encuentra en una encrucijada, donde el desafío no es únicamente ganar elecciones, sino definir su identidad en medio de una lucha interna que amenaza con fragmentar sus ideales.

La pregunta, entonces, no es si Sheinbaum podrá consolidarse, sino si MORENA será capaz de superar sus propias divisiones. El poder absoluto que parecía al alcance del partido se enfrenta ahora al riesgo de la descomposición interna, y las lecciones de este proceso definirán no solo el legado de Sheinbaum, sino el futuro mismo de un proyecto que, para muchos mexicanos, representa la esperanza de un cambio real.

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La Palabra Política

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