Política

Tensión Ideológica entre México y Estados Unidos: Un Encuentro de Opuestos.

En este tablero de ajedrez ideológico, México tiene mucho en juego.

Por: La Palabra Política.
CDMX, 5 de junio del 2025
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Hay momentos en la historia de un país en los que el horizonte de la soberanía se ve difuminado por el aliento impetuoso de un vecino poderoso. México y Estados Unidos viven hoy precisamente esa encrucijada: dos visiones radicalmente opuestas de la gobernanza que se enfrentan en cada puente diplomático, en cada mesa de negociación, en cada recoveco de la frontera común. De un lado, el gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo, con su impronta decidida hacia políticas de inspiración social-demócrata (“la Cuarta Transformación”), apuesta por un Estado fortalecido que ejerza la protección de los más vulnerables. Del otro, el presidente Donald J. Trump impulsa con fervor una agenda de “América primero” que retrata al liberalismo de mercado como la roca inamovible de su noción de grandeza nacional.

Socialismo vs Liberalismo.

En la retórica oficial, ambos mandatarios se muestran cordiales, intercambian frases de cortesía y blandas declaraciones de amistad. Pero basta asomarse a los resultados concretos de cada encuentro bilateral para vislumbrar la fisura ideológica que cubre la relación. “México es un país soberano e independiente”, repite Sheinbaum en tono firme, como para convencerse a sí misma, mientras Washington coloca nuevos aranceles sobre el acero mexicano, exige mano dura contra las caravanas migrantes y mira con recelo cualquier iniciativa mexicana que roce la idea de un gasto social amplio. En ese choque de discursos, la estadía de cada migrante centroamericano se convierte en moneda de cambio, el futuro del crimen organizado es objeto de chantaje y la dignidad de un pueblo en un reflejo roto de compromisos que lucen unilaterales.

Cuando Trump —desde la distancia de su despacho en Washington— advierte que “no tolerará a los socialistas radicales” y señala a Venezuela, Cuba o Nicaragua como advertencia, México, con su gobierno de izquierda moderada, se siente en el mismo costal. Porque el norteamericano, tan firme en su “Make America Great Again”, no distingue entre un gobierno de auténtico tinte radical (como el chavista) y uno que, como el nuestro, simplemente pretende revertir décadas de deterioro social con programas de bienestar. Así, los anuncios de inversión para contener el flujo migratorio y la promesa de cooperación militar en la frontera son recibidos con un dejo de gratitud obligada por parte de la presidencia mexicana, pero, en el fondo, dejan ver que la dinámica real es la de un vasallaje contemporáneo, en el que México, aunque proclame su autonomía, se ve empujado a ceder en cada punto clave para mantener el acuerdo comercial y evitar un choque que le cueste perder empleos, industria o estabilidad cambiaria.

Donald J. Trump presidente de los Estados Unidos Americanos en el muro que construyó en la frontera norte de México.

El corazón del asunto late cuando la historia personal de esos migrantes, que huyen del hambre y la violencia en Centroamérica, se interpone como peaje para consolidar la alianza comercial. Mientras Washington subraya que “la frontera sin control es una amenaza a la seguridad”, en la Ciudad de México se multiplican las historias de familias reunidas con el sudor del trabajo fronterizo y de comuneros que alimentan a sus hijos con el salario de un jornal en maquiladoras estadunidenses. Esa ambivalencia moral, donde el vecino poderoso condena con condena y castigo, pero alimenta con puestos de trabajo, compone un mosaico de injusticia que estremece: ¿Hasta cuándo la política será un campo de negociaciones frías, cuando las vidas de tantos hermanos de sangre mexicana se consumen cada día en una fila para cruzar el sueño americano?

La pureza de los ideales, en tanto, queda atrapada entre la retórica de la tribuna y la cruda realidad de los hechos. La palabra “soberanía” pierde significado cuando los compromisos energéticos se escenifican en cónclaves privados, donde se coloca a México en el pupitre de un alumno aplicado que recibe las tareas ya dictadas desde el aula del norte. Por cada anuncio de cooperación mutua, emerge un capítulo de la negociación: cortar el flujo de opioides al otro lado de la frontera, permitir que agentes migratorios mexicanos operen bajo la sombra del canciller trumpista o garantizar que las exportaciones de aguacate jamás asomarían la amenaza de un arancel inesperado. Y así, la soberanía que se proclama en las mañaneras pierde ese brillo heroico, porque las decisiones cruciales se toman con la moneda de la escalada geopolítica americana.

Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, presidenta de México.

Pero no todo es desconsuelo. Hay destellos de dignidad en esa batalla soterrada. Cuando Sheinbaum repudia, con energía, la idea de convertir a México en “un país satélite” de la potencia vecina, convoca a su gente a no perder la fe en la capacidad de un pueblo para levantarse. Su discurso, cuidadoso y medido, apela a la memoria histórica de una nación que ha resistido intervenciones, imposiciones y ambiciones foráneas. Hay un aliento profundo cuando el viento del norte aspira a apagar la voz de “la soberanía nacional”, porque los mexicanos guardamos un secreto ancestral: sabemos levantarnos, aun cuando nos intenten doblegar con la sombra del gigantismo político.

En última instancia, el choque entre Trump y Sheinbaum no es solo un choque de gobierno; es un choque de almas colectivas. Es la tensión entre la certeza de que el poder se impone con contratos y aranceles y el anhelo de que el poder brote de la justicia social y la equidad. Cada arenga presidencial, cada firma de tratado y cada cruce de reproches es un picotazo al alma de quienes anhelan vivir con dignidad sin tener que mirar de reojo al vecino del norte.

Al final, México y Estados Unidos pueden predicar amor y paz en los comunicados oficiales, pero en el estruendo de los hechos, cada decisión desnuda la grieta ideológica que, aunque invisible, marca las vidas de ambos pueblos. Y cuando esa grieta deje de doler —cuando el sudor de una madre migrante deje de regar la esperanza de llevar un plato de comida a su familia—, sabremos que, verdaderamente, recuperamos la armonía de un sueño compartido. Hasta entonces, seremos testigos de una batalla que late en lo más íntimo de la política: la lucha entre quienes creen en la colectividad y quienes juran fe al mercado, entre el clamor de equidad y el murmullo del profit, entre un México que grita libertad y un Estados Unidos que exige lealtad al dólar y a la bandera.

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