Política

Teléfono Rojo: El Acuerdo que se Hizo sin Miradas.

Y lo que se oculta… siempre termina saliendo a la luz.

Por: La Palabra Política.
CDMX, 14 de agosto del 2025.

El pacto desde el teléfono rojo: acuerdos sin mirarse a los ojos

En la historia de la diplomacia, las imágenes que marcan época suelen ser las de dos líderes estrechando la mano, mirándose a los ojos, sellando con gestos lo que las palabras no siempre alcanzan. Pero hoy, en la relación entre Palacio Nacional y la Casa Blanca, esa imagen no existe.
No hay saludo, no hay mirada, no hay fotografía. Solo está la línea directa, el teléfono rojo que une a la presidenta de México con Donald J. Trump.

En más de una ocasión, la mandataria mexicana ha solicitado un diálogo presencial con el presidente estadounidense. Lo ha hecho con la convicción de que el rostro, la voz y el gesto transmiten lo que los comunicados nunca logran. Pero Trump no quiere.
No lo necesita.

Para él, el poder se ejerce a distancia. Cuando quiere hablar con la presidenta, levanta el auricular. Cuando no quiere, delega en sus secretarios de Estado para que hablen con sus pares en México. El mensaje es claro: él decide cuándo, cómo y con quién se habla.

Y hoy, el mensaje es todavía más contundente: el pacto para exterminar el narcoterrorismo, ya existe.
No es una especulación. Es un hecho. Y no nació en una cumbre internacional ni en una reunión oficial con banderas al fondo. Nació en las sombras, al calor de llamadas privadas, donde las palabras son medidas y las pausas dicen tanto como los discursos.

Donald J.Trump, presidente de Estados Unidos y la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo.

Regalos y ofrendas.

En la historia moderna de México, ningún gobierno había entregado a la Unión Americana más de veinte extradiciones de narcotraficantes en tan poco tiempo. Esas entregas son la moneda de cambio, las ofrendas en el altar de la diplomacia. No son gestos de cortesía: son sacrificios estratégicos.

La Casa Blanca no se seduce con discursos suaves ni con frases dulces desde las “mañaneras”. No cree en la poesía política. Cree en los hechos. Y esos hechos son capturas, extradiciones y cooperación que se mide en operaciones, no en promesas.

Trump ha apretado, presionado, intimidado. Y México ha cedido. No por convicción, sino por la urgencia de mantener el equilibrio con su socio y vecino más poderoso. El tablero geopolítico pertenece hoy a Washington, y las reglas las dicta un solo jugador.

La herida de la confianza.

En el fondo, la distancia no es casual. El gobierno estadounidense no confía en el gobierno de México. Esa confianza se rompió cuando se percibió —o se confirmó— que existió colusión con cárteles.
La consecuencia es clara: sin autoridad moral y sin ética política, México perdió el derecho de sentarse a la mesa de igual a igual.

Por eso, las reuniones son por teléfono, las negociaciones son entre gabinetes, y los acuerdos se cierran sin mirarse a los ojos. No es cortesía: es desconfianza.

El Gobierno de Estados Unidos ha denunciado que los cáteles realizaron pacto y acuerdos con actores políticos actuales del gobierno de México.

Pactos de sangre.

La paradoja es inquietante. Hace siglos, los aztecas ofrecían sacrificios a los dioses para asegurar cosechas y prosperidad. Hoy, el gobierno de México sacrifica a los suyos para calmar la ira del dios político del norte.
Los “sacrificios” no son rituales antiguos: son detenciones, entregas, concesiones diplomáticas. Todo con la esperanza de que las aguas políticas se mantengan en calma.

Pero Donald Trump no es un dios al que se le pueda saciar con facilidad. Su naturaleza política es depredadora. Y la historia enseña que cada sacrificio solo abre la puerta al siguiente.

La pregunta que queda flotando es inevitable:
¿Cuál será el precio final de este pacto sin miradas, sin apretón de manos, sin transparencia?

Porque cuando el poder se ejerce desde un teléfono, lo que no se ve es tan importante como lo que se dice.
Y lo que se oculta… siempre termina saliendo a la luz.

Los sacrificios aztecas fueron una práctica ritual sangrienta realizada por la sociedad azteca en su búsqueda por honrar a sus dioses y asegurar la prosperidad de la comunidad. 

En el tablero invisible de la geopolítica, México ha aceptado jugar una partida con reglas ajenas y fichas prestadas. El “pacto del teléfono rojo” no es solo un acuerdo diplomático a distancia: es la fotografía exacta de la asimetría de poder entre la Casa Blanca y Palacio Nacional. Las llamadas sustituyen las miradas, los compromisos se sellan sin apretones de mano, y las órdenes viajan en sentido único: de Washington a Ciudad de México. Hoy, como en los rituales antiguos, se entregan “sacrificios” —nombres, cuerpos y extradiciones— para calmar al dios del norte. Pero en esta liturgia política, cada ofrenda erosiona un poco más la soberanía y la dignidad. La pregunta ya no es si habrá más sacrificios, sino cuánto tiempo podrá un país sobrevivir entregando pedazos de sí mismo para mantener la ilusión de paz con un aliado que jamás se sacia.

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