Su primer año es la prueba de que la honestidad, la firmeza y la claridad pueden sostener un gobierno incluso cuando el viento sopla en contra.
Por: La Palabra Política.
Tabasco, 11 de noviembre del 2025.
Hay gobernar cuando todo está en calma, cuando las calles sonríen con luminarias nuevas y el presupuesto alcanza para inaugurar hasta bancas en los parques. Y hay gobernar cuando heredas una casa envuelta en humo, con vidrios rotos, pasillos en penumbra y voces que reclaman desde todos los rincones. A Javier May Rodríguez le tocó lo segundo.

Llegó al gobierno de Tabasco con la frente limpia y la historia en la espalda: fundador del lopezobradorismo, compañero de ruta en la construcción de un movimiento que prometió dignidad y justicia. Pero la gubernatura que le entregaron venía marcada por lo que el pueblo llamó la herencia maldita: desfalcos silenciosos, estructuras débiles, una sociedad cansada, molesta, dolida por decisiones pasadas. Y, al mismo tiempo, una lucha interna que pocos se atreven a decir en voz alta: el fuego amigo, ese que arde más fuerte porque viene desde dentro.

Muchos habrían preferido guardar silencio, poner una sonrisa de ceremonia y repetir discursos vacíos. Pero él no. Javier May habló claro. No para victimizarse, no para excusarse, sino para decirle a los tabasqueños la verdad: esto es lo que recibimos, esto es lo que está dañado, y así vamos a repararlo.
Y la gente lo entendió.

Porque Tabasco conoce bien el sabor de la lucha. Porque el pueblo sabe reconocer cuando un político está dando la cara y no escondiéndose detrás del escritorio o de un comunicado frío. Javier May siguió recorriendo comunidades, escuchando reclamos, recogiendo lágrimas, pero también sembrando esperanza.

Su primer año no tiene la forma de un festejo ni de un informe con aplausos interminables. Tiene la forma de un hombre que llegó a gobernar sin prometer milagros, sino trabajo. Tiene la forma de la resiliencia. De corregir lo roto sin escándalos, sin estridencias, sin buscar enemigos fáciles. De ir, paso a paso, reparando lo que parecía irreparable.

No se amedrentó ante la inseguridad que creció donde antes hubo abandono. No retrocedió frente a los golpes mediáticos que algunos de su propio partido impulsaron. No desvió la vista cuando el enojo social le exigió respuestas rápidas. Y no huyó. Gobernó. Se sostuvo. Avanzó.

Hoy, Tabasco todavía está desenredando los nudos del pasado. Falta camino, falta presupuesto, falta sanar heridas profundas. Pero el rumbo ya no es incierto. Hay dirección. Hay suelo firme.
Javier May no gobierna desde la soberbia ni desde el cálculo frío. Gobierna desde la memoria de sus orígenes: el movimiento que nació para transformar, no para repetir vicios. Gobierna desde la convicción de que la política sirve cuando se usa para escuchar y resolver, no para dividir o triturar adversarios.

Su primer año es la prueba de que la honestidad, la firmeza y la claridad pueden sostener un gobierno incluso cuando el viento sopla en contra. Que la valentía no es gritar, es mantenerse. Que ser parte de MORENA no implica callar errores, sino tener la altura para corregirlos.

Tabasco aún no está en su mejor capítulo, pero ya salió de la página más oscura.
Y eso, en un país acostumbrado al cansancio, ya es una victoria.
Javier May Rodríguez no ha terminado de construir lo que prometió. Apenas está abriendo el camino. Pero lo está haciendo con verdad, con paciencia, con carácter.
Y eso, en política, vale más que cualquier aplauso momentáneo. Vale futuro. Vale confianza. Vale esperanza.


