En un partido que tiende al desborde cuando el poder se expande, Monreal es la contención.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 24 de abril del 2025.
En la intrincada jungla del poder legislativo mexicano, donde los egos se desbordan y las lealtades son tan volátiles como las pasiones políticas, pocos perfiles resisten el embate de la tormenta interna con la entereza, el aplomo y la inteligencia política de Ricardo Monreal Ávila. El actual Coordinador de la bancada de MORENA en la Cámara de Diputados no solo es un político veterano, sino una figura que ha adquirido una dimensión simbólica dentro del movimiento: la del pararrayos institucional. El hombre que absorbe los choques, que apacigua las tormentas y que mantiene, a flote y con rumbo, el barco legislativo del partido en el poder.

En tiempos recientes, San Lázaro se ha convertido en una arena turbulenta donde los gladiadores no se enfrentan a la oposición, sino entre sí. Las filtraciones de conversaciones internas, la diseminación de información confidencial a los medios, y las contradicciones públicas entre legisladores morenistas, han encendido las alarmas al interior del movimiento. Y lo que es más grave: han comenzado a debilitar la imagen de cohesión que MORENA necesita sostener para respaldar con fuerza el proyecto presidencial de Claudia Sheinbaum Pardo.
Pero Monreal, fiel a su estilo, no reacciona con exabruptos ni con discursos incendiarios. Observa. Calcula. Mide los tiempos. Y cuando es necesario, actúa con una discreta pero contundente mano de hierro. Su papel ya no se limita a coordinar una bancada ni a sacar adelante las iniciativas del Ejecutivo. Hoy, su principal tarea es estratégica: contener la implosión del grupo parlamentario morenista, apagar el fuego amigo que amenaza con calcinar la unidad del partido, y recordarle a los diputados que el enemigo no está dentro, sino fuera.

La experiencia como blindaje.
Con décadas de experiencia legislativa, Monreal sabe leer entre líneas. No le es ajena la pugna de tribus, ni el apetito de poder que fermenta cuando un partido alcanza la cúspide. Ha vivido, desde dentro, la transición de la izquierda marginal a la izquierda en el poder. Y ha aprendido que no hay mayor reto para un movimiento triunfante que conservar la unidad cuando el poder se distribuye entre muchos intereses.
Por eso, su liderazgo se ha vuelto indispensable. Porque no solo busca consensos entre aliados. Monreal es capaz de dialogar con opositores, negociar con escépticos y, cuando es necesario, reprender a los suyos. Ya lo ha dicho en privado —y en público, con sutileza—: no se puede permitir que las pasiones internas saboteen el proyecto transformador del gobierno. No se puede dejar que el narcisismo político de algunos diputados fracture el pacto de lealtad con la presidenta de la República.

Un liderazgo que articula, no impone.
A diferencia de otros liderazgos verticales y autoritarios, Monreal ejerce el poder desde la construcción. No impone, persuade. No humilla, dialoga. No divide, articula. Y en ese ejercicio se ha ganado el respeto —y el temor— de las distintas facciones dentro del partido. Porque saben que cuando Monreal habla, lo hace desde una autoridad moral y política que no necesita aplausos, pero sí exige disciplina.
Hoy, el coordinador de los diputados morenistas no solo trabaja para sacar adelante el paquete legislativo de la Cuarta Transformación. También opera como un guardián del movimiento, vigilando que las pugnas internas no se conviertan en escándalos mediáticos, que las agendas personales no saboteen las prioridades nacionales, y que el compromiso con la Presidenta Sheinbaum no sea letra muerta, sino una brújula ética para quienes llegaron al Congreso bajo la bandera del cambio.

El arte de gobernar al interior.
La política, decía Maquiavelo, es el arte de gobernar sobre los hombres tal como son, no como quisiéramos que fueran. Y Monreal, más que nadie, entiende esa premisa. Sabe que en el Congreso se libran batallas sordas, que los traidores no se anuncian y que la lealtad, en ocasiones, hay que recordarla con firmeza. Por eso, su rol va más allá de lo administrativo. Hoy es el estratega interno, el operador silencioso, el equilibrador de tensiones, el que levanta el teléfono para poner orden antes de que estalle una crisis.
Y si hace falta jalar orejas, lo hará. Si necesita ajustar cuentas, las ajustará. Porque el momento político lo exige. Porque proteger al movimiento, como él mismo ha dicho, es proteger el proyecto de nación. Y porque sabe que sin disciplina, no hay cohesión. Y sin cohesión, no hay transformación.

La batalla que no se ve.
Mientras los reflectores apuntan al Palacio Nacional, al Zócalo o a las giras presidenciales, en San Lázaro se libra otra batalla: la del control interno de un movimiento que, desde su fundación, ha convivido con la tensión constante entre sus diferentes almas. Ricardo Monreal no es ajeno a esa lucha. Pero tampoco es un actor pasivo. Es, en muchos sentidos, el arquitecto de la estabilidad legislativa que necesita Claudia Sheinbaum para consolidar su proyecto de gobierno.
En un partido que tiende al desborde cuando el poder se expande, Monreal es la contención. El muro de contención. La inteligencia política que entiende que la lealtad se cuida con hechos, y que los proyectos históricos no se improvisan: se construyen, se sostienen, se defienden.
Y hoy, el primer frente de defensa de la Cuarta Transformación, está —paradójicamente— dentro de su propia casa. Ahí, en medio del fuego cruzado, Ricardo Monreal Ávila sostiene la bandera de la disciplina, del diálogo y del orden. Porque sabe que en política, a veces, el mayor acto de lealtad es evitar que la casa se queme desde dentro.