Porque en política, no basta con tener la razón. Hay que tener la fuerza.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 12 de junio del 2025.
Por momentos, su voz retumba con precisión quirúrgica en el Senado de la República. Ricardo Anaya Cortés no es un improvisado. Es abogado, académico, exdirigente nacional del PAN y hoy, Coordinador de los Senadores blanquiazules. Posee una inteligencia afilada, una oratoria estructurada, argumentos sólidos y una claridad discursiva que lo posicionan como una de las voces más preparadas de la oposición. Sin embargo, hay una sombra que lo persigue: su impacto político no ha trascendido el eco.

Anaya es, sin duda, el opositor más articulado que tiene el PAN en la escena nacional, pero también es el mejor ejemplo del dilema que enfrenta su partido: no basta con decir lo correcto, si el emisor ya no genera confianza. El Partido Acción Nacional, lejos de ser una alternativa de cambio, es visto por amplios sectores de la ciudadanía como una pieza más del viejo engranaje del sistema político mexicano, una organización que, cuando tuvo el poder, no supo o no quiso transformarlo.
Y aunque Anaya intenta presentarse como una figura renovada, disruptiva y frontal frente al dominio morenista, el desgaste de su partido y de su propia imagen aún pesan. Su discurso resuena en los espacios legislativos, genera titulares en medios críticos, agita las redes sociales en ciertos círculos… pero no logra convertirse en un movimiento social, en una causa ciudadana, en una chispa que encienda una fuerza colectiva.

El orador sin tribuna masiva.
Ricardo Anaya ha demostrado, debate tras debate, que tiene formación, estrategia y visión política. Su lenguaje técnico, su capacidad de desmontar argumentos con evidencia y su dominio de la narrativa parlamentaria lo hacen brillar en un escenario donde muchos naufragan. Pero ese brillo no basta.
Porque el Senado no es el país. Y fuera del recinto, no existe aún una masa ciudadana que vea en él al líder capaz de articular un verdadero contrapeso al lopezobradorismo. Su figura sigue marcada por los excesos del pasado, por los señalamientos que enfrentó en su momento, y por el estigma de haber representado una candidatura presidencial fallida. Y aunque ninguno de esos factores lo inhabilita, sí lo lastran.

Anaya ha optado por pelear desde su curul, por resistir en el debate legislativo, por alzar la voz desde donde puede. Está cumpliendo su papel como opositor. Pero la pregunta es inevitable: ¿será recordado como un combatiente sin victoria, como un orador brillante que nunca rompió el cerco del sistema?
Un PAN sin alma, una oposición sin músculo.
El problema va más allá de él. El PAN no ha reconstruido su identidad. No ha presentado un proyecto sólido, creíble, propio. Su alianza con el PRI y el PRD terminó por diluir su narrativa histórica, por vaciarlo de contenido. Y aunque Anaya intenta insuflarle vida, carece del andamiaje político y social que respalde su discurso.
En una democracia que se polariza entre el oficialismo populista y una oposición fragmentada, la estrategia de Ricardo Anaya parece racional, pero no emocional. Coherente, pero no inspiradora. Técnica, pero no movilizadora.

La política no solo se gana con razón, también con pasión. Y ahí radica la gran debilidad de Anaya: aún no conecta con el alma de la ciudadanía, con ese músculo dormido de millones de mexicanos que no se sienten representados ni por MORENA ni por los partidos de oposición.
¿Un eco o una semilla?
No es justo decir que Ricardo Anaya no hace oposición. La hace. La construye cada día con datos, con argumentos, con presencia. Pero la pregunta que flota es si su voz es apenas un eco que se disuelve en la cúpula política, o una semilla que —en el terreno adecuado— podría germinar.
Quizá aún no ha llegado su momento. Quizá la historia política mexicana, cíclica como es, lo recoloque en una posición donde su talento encuentre el cauce popular que le falta. Pero si ese momento no llega, su legado podría quedar archivado en la memoria institucional como el de un opositor valioso… que nunca logró romper el cascarón del sistema.

Porque en política, no basta con tener la razón. Hay que tener la fuerza. Y sobre todo, la conexión emocional con el pueblo. Esa es la tarea pendiente de Ricardo Anaya: salir del eco, romper el cerco, y convertirse —por fin— en líder. No solo en senador.