Por: José R. Rodríguez Jiménez.
La encomienda de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo retomar el camino hacia la paz.
CDMX, 29 de abril del 2025.
Cuando la violencia y la impunidad parecían haberse instalado como rutina en el paisaje mexicano, la llegada de Omar García Harfuch al timón de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana irrumpió con un verbo distinto: el de la acción calibrada, la estrategia quirúrgica y el respeto escrupuloso a los derechos humanos. Olvidémonos, al menos por un momento, de aquel debate maniqueo de “abrazos o balazos”: su gestión ha demostrado que se puede combatir con eficacia al crimen organizado sin renunciar a la dignidad de las personas, ni sacrificar la confianza ciudadana.
Su primer gran triunfo no fue una macroredada o un titular espectacular, sino demostrar que la ley puede recuperar el pulso donde otros habían decretado abandono. Enfrentar a un monstruo de mil cabezas —las redes de narcotráfico, secuestro y extorsión que arraigaron durante décadas— exige tácticas inteligentes, inteligencia de campo y alianzas firmes entre las corporaciones federales, estatales y municipales. Bajo el liderazgo de Harfuch, esas alianzas cobraron forma en operativos coordinados, intercambio de información y mesas técnicas que acortaron tiempos de respuesta y pusieron tras las rejas a objetivos clave.

Los costos de esta guerra son dolorosos: han caído agentes valientes, víctimas de emboscadas y atentados. Sin embargo, el balance de “daño colateral” no se reduce a cifras de baja; incluye la reconstrucción de la certeza ciudadana: la madre que vuelve a salir de noche, el estudiante que transita sin miedo al asalto, el comerciante que deja la cortina levantada. En cada colonia donde Harfuch impone su presencia, se respira una nueva expectativa: la de saber que la derrota del crimen no será un acto de fe, sino un proyecto sostenido en el tiempo.
La crítica mediática ha querido presentar a García Harfuch como un “hombre de mano dura” insensible al dolor ajeno, pero su hoja de ruta revela otra faz: insiste en protocolos de actuación que salvaguardan la integridad de sospechosos y testigos; promueve la capacitación en derechos humanos de cada policía uniformado y establece canales de queja para cualquier abuso. Así, la estrategia de “golpes certeros” se equilibra con la exigencia de justicia y transparencia.

Combatir un cáncer social instalado desde los setenta y ochenta no es una misión de meses, sino de años: requiere constancia, evaluación de resultados y una mirada firme hacia la profesionalización de las fuerzas de seguridad. Omar García Harfuch ha dado ya el primer paso: ofrecer resultados tangibles y devolver al ciudadano la certeza de que, tras las siglas de la SSPC, hay un mando decidido a honrar la encomienda de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y a retomar el camino hacia la paz. Que sea difícil no significa que sea imposible: con inteligencia, coraje y respeto, se escribe hoy una nueva página en la historia de la seguridad mexicana.