El Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana ha demostrado que, incluso en una guerra interminable, la estrategia y la perseverancia rinden frutos.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 9 de junio del 2025.
En la encrucijada histórica que vive México, donde la inseguridad se traduce en temor cotidiano y los cárteles han tejido raíces profundas por más de tres décadas, surge una figura cuya labor, discreta pero contundente, merece un reconocimiento sin aspavientos: Omar García Harfuch, Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana de la República. Su llegada al gabinete de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo marcó el inicio de una nueva era de estrategia inteligente, en la que la táctica, la información y la colaboración internacional se conjugan para desmantelar las estructuras criminales que por años han retorcido el destino de millones de mexicanos.

Un combate titánico.
Desarticular un monstruo de mil cabezas no es tarea de titulares grandilocuentes ni de discursos incendiarios. Es, por el contrario, un ejercicio minucioso de inteligencia, de planeación y de golpes quirúrgicos. García Harfuch comprende que cada célula desmantelada, cada principal operador detenido y cada ruta de trasiego interrumpida, construye —poco a poco— un tejido de esperanza en un país que añora la paz. No se trata de enviar un puñado de soldados a estadios o avenidas para fotos; se trata de coordinar operativos con SEDENA, Marina y Guardia Nacional, de compartir información clave con agencias de Estados Unidos y de procesar esa inteligencia con rigor para que cada arresto sea una herida, no un mero espectáculo mediático.

La diplomacia silenciosa.
La colaboración de la Secretaría de Seguridad con agencias norteamericanas, bajo el principio inquebrantable de soberanía, es otro logro de Harfuch. No hay herejías de intervencionismo ni concesiones a la injerencia foránea; hay, en cambio, un pacto respetuoso de intercambio de información, tecnología y entrenamiento. Gracias a esa alianza estratégica, se han asestado golpes de alto impacto contra los líderes de los cárteles, sin sacrificar la dignidad nacional. Ese equilibrio diplomático —trabajar codo a codo con un país vecino potente— requiere mano firme y voz baja: un perfil que define al secretario.

Más que “abrazos”, inteligencia y fortaleza.
Olvidemos el mantra de “abrazos, no balazos” cuando la amenaza es letal y el tiempo, escaso. Omar García Harfuch abandona las posturas complacientes para forjar una institución robusta, capaz de combinar disuasión y proximidad con la ciudadanía. Bajo su mando, las corporaciones han incrementado su capacitación en técnicas de inteligencia, protocolos de uso de la fuerza y trabajo comunitario. Se planta la semilla de una seguridad preventiva, donde la presencia policiaca no solo reacciona a un delito, sino que lo anticipa, neutraliza y desarticula antes de que ocurra.

Una bocanada de confianza ciudadana.
El respaldo público a García Harfuch no surge por carisma, sino por resultados. Familias que durante años padecían extorsiones encuentran alivio cuando se capturan extorsionadores clave. Comunidades marcadas por la violencia ven esperanza cuando desaparecen células criminales que operaban impunemente. Ese renovado sentido de protección se traduce en confianza hacia las instituciones; y para un secretario de seguridad, la confianza es el arma más poderosa contra la impunidad.

El camino por delante.
La batalla está lejos de terminar. Los cárteles adaptan sus métodos, buscan evadir operativos y recrean sus redes. Pero Omar García Harfuch ha demostrado que, incluso en una guerra interminable, la estrategia y la perseverancia rinden frutos. Su apuesta va más allá de cifras a corto plazo: busca una cultura institucional de inteligencia y colaboración, una policía profesional y un sistema de justicia que sustente cada detención con procesos eficaces.

En un México donde la violencia a veces parece invencible, el trabajo callado pero eficaz de Omar García Harfuch ilumina una ruta de responsabilidad y coraje. No hace ruido con declaraciones altisonantes, sino con hechos que erosionan las estructuras criminales. Su labor es, sin duda, uno de los pilares más sólidos en la gestión de la presidenta Sheinbaum: un ejemplo de que, en la lucha contra el crimen organizado, lo decisivo no son los reflectores, sino la rigurosidad, la cooperación internacional y la firme convicción de que un país puede reconstruirse a partir de la victoria de la ley sobre el miedo.