Aparece Marcelo Ebrard como aquel puente titánico que no se coloca para unir dos costas, sino para conectar voluntades encontradas con fe.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 4 de junio del 2025.
En estos días de incertidumbre y temores, cuando la sombra de los aranceles estadounidenses amenaza con golpear la economía familiar y el sustento de miles de empresas mexicanas, emerge la figura de Marcelo Ebrard Casaubón como un verdadero guerrero diplomático. No empuña espada ni lleva uniforme militar, sino que se sienta frente a los representantes del poder más imponente del mundo, enfrentando con serenidad y convicción la retórica proteccionista de Donald J. Trump. En esa tensión palpable, su voz y su temple representan, para millones de mexicanos, la esperanza de que aún es posible defender la dignidad de un país que no se conforma con ceder voluntades sin batallar.

Ebrard no es un político de espejismos: habla claro, con la transparencia de quien entiende que lo que está en juego va mucho más allá de cifras en un informe, de gráficas en un tablero. Lleva consigo el clamor de una nación entera: madres que esperan que sus hijos encuentren empleo, obreros que dependen de las exportaciones y pequeños empresarios que han dado todo para mantener viva la llama de la iniciativa local. Cuando expone ante el gobierno estadounidense el potencial impacto de los aranceles, no se trata de mera economía abstracta, sino del corazón palpitante de la gente que, cada mañana, se despierta con el sueño de un México próspero y soberano.

“Pleno apoyo a la presidenta Claudia Sheinbaum frente al amago del Gobierno de los Estados Unidos. Orgulloso de su templanza y firmeza nos llevará a buen puerto. A cerrar filas. ¡Venceremos!”.
Marcelo Ebrard Casaubón
Secretario de Economía del Gobierno de México.
La retórica de Trump, en cambio, se basa en la idea de un “gran despertar americano” que exige, a cualquier precio, priorizar los intereses internos sobre las alianzas históricas. Ese choque de paradigmas —“América primero” versus “la Cuarta Transformación” de México— se libra en las salas de juntas y en los pasillos del Congreso de Washington, pero sus consecuencias se sienten en cada calle de Tijuana, Monterrey o Guadalajara. Cada anuncio de aranceles significa un puñal para las arterias económicas que conectan a ambas naciones, y la labor de Ebrard consiste en suavizar esos golpes, racionalizar la lógica de producción compartida y recordar que los empleos norteamericanos dependen, en buena medida, de la producción mexicana que cruza diariamente la frontera.
El arte de las negociaciones rispidas.
Para quienes hemos seguido la carrera de Marcelo Ebrard, no sorprende la consistencia de su estilo: es un hombre forjado en la adversidad, curtido en campañas políticas, pero también en los pasillos del Palacio Legislativo y en las cumbres internacionales. Durante su gestión como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, aprendió a lidiar con protestas, con movimientos sociales y con la vigilancia crítica de millones de ciudadanos. Ya como Secretario de Relaciones Exteriores en el gobierno anterior, esa experiencia se tradujo en la negociación del famoso acuerdo para frenar los aranceles automotrices en 2019, cuando la Casa Blanca amenazó con imponer tarifas de hasta 25 % a los coches mexicanos. Con paciencia y argumentos sólidos, Ebrard logró captar la atención de legisladores y empresarios estadounidenses, construyendo un puente que, hoy más que nunca, demuestra su relevancia.

En esta nueva encrucijada, la trama se repite: un presidente populista que usa la retórica proteccionista como bandera electoral y un México que, con su nuevo gobierno, proclama la soberanía nacional como principio innegociable. Ebrard sabe que no bastan las bellas palabras ni los titulares de prensa; en la arena diplomática, cada postura ideológica se mide en bloques arancelarios, en barreras fiscales y en cláusulas de tratados. Por eso, su estrategia es protagonista de la esperanza: actuar con la frialdad de los argumentos duros y, al mismo tiempo, con la calidez de un mensaje que recorra el país: “No estamos solos; hay quien pelea para que esta batalla no termine en derrota”.
La embestida mediática: sombras que intentan desprestigiar al defensor.
El compromiso del Secretario de Economía no ha pasado desapercibido entre los grupos ideológicos que se oponen a la Cuarta Transformación. Nunca faltan quienes intenten difundir rumores: “Ebrard no entiende de economía”, “Ebrard se deja avasallar”, “Ebrard es un títere de Sheinbaum”. Esa retórica de ataque —que cobra fuerza en redes sociales, en portales afines a intereses conservadores y en voces que añoran los viejos acuerdos neoliberales— busca debilitar el andamiaje político que respalda la gestión de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. Pero cada vez que arremeten con calumnias, Ebrard responde con hechos: cifras claras, pronósticos precisos y la voluntad de quienes conocen la realidad de la frontera.

Esos ataques son inevitables en la lógica de la pugna política: cuando un hombre con talento se alía a un proyecto de transformación, los adversarios temen que su brillo contamine la narrativa. Por ello, deslegitimar a Ebrard es, en el fondo, un intento de corroer la legitimidad de la Cuarta Transformación y sembrar dudas sobre su capacidad para defender la economía nacional. Pero hay algo que estos detractores desconocen: la convicción de Marcelo Ebrard no se doblega ante la presión mediática. Cada desmentido se construye con datos, con reuniones nocturnas con líderes empresariales y con la firmeza de saber que el país entero está observando.
Corazón mexicano versus la potencia del billete verde.
Quizá lo más conmovedor de este escenario es reconocer que, mientras Ebrard defiende la economía de México con uñas y dientes, él mismo sabe que la balanza de poder no está de su lado. La dependencia económica de Estados Unidos es tal que un simple ultimátum —un nuevo arancel o la amenaza de desaprobación del T-MEC— puede desatar pánico en las bolsas, hundir inversiones y encender alarmas en cada empresa familiar. Aun así, Ebrard decide enfrentar ese poder con argumentos incontestables, recordando que muchos trabajadores estadounidenses también necesitan los insumos mexicanos para mantener vivas fábricas y empleos. Esa empatía estratégica, esa firmeza con la que asume que “no es un capricho político” sino “la necesidad de defender a un pueblo entero”, revela la fibra más noble de su compromiso.

En cada intervención pública, Marcelo Ebrard no habla de ideologías abstractas, sino de rostros concretos: de la joven que reparte autopartes en Tijuana, del agricultor de Sinaloa cuya cosecha depende del libre tránsito a Estados Unidos, del empresario de Jalisco que acaba de abrir su primera pyme y teme que los costos de exportación le arruinen el sueño. Esa vocación empática es la que convierte su estrategia en algo más que diplomacia: es un acto de amor patrio, un testimonio de que la soberanía se ejerce en la defensa de los más vulnerables y en la protección de los cimientos de la economía.
La promesa de no rendirse: un llamado al orgullo nacional.
Mientras el reloj avanza y las negociaciones continúan, quedan dos certezas inamovibles: el pulso entre Marcelo Ebrard y la administración Trump es la viva prueba de que México sigue vivo en la mesa internacional, y el compromiso de Ebrard con la Cuarta Transformación es un recordatorio de que, a pesar de los vientos en contra, no se resignará a ceder la dignidad de un país. Cada ronda de negociaciones es un compás que late con fuerza, recordándonos que en el arte de la diplomacia también habita la emoción: la emoción de ver a un hombre simple, con su traje impecable, dispuesto a pelear por cada grano de orgullo nacional.

En el campo de batalla de los aranceles, Marcelo Ebrard brilla como un guerrero silencioso. No presume gestas heroicas ni proclama victorias anticipadas. Asume la realidad con serenidad: Será titánico, pero no se detendrá. No puede fallarles a los mexicanos ni a la Presidenta Sheinbaum. Y esa promesa retumba en los corazones de quienes, en cada rincón del país, confían en que hay al menos un hombre capaz de enfrentarse al monstruo del norte con valentía.

En definitiva, este análisis político no busca rendir homenaje vacío a un funcionario, sino reconocer la fuerza de la convicción. En cada paso de Marcelo Ebrard se percibe el eco de una nación que se niega a ceder su historia, sus sueños y su autonomía. Por eso, aunque los hilos del poder parezcan enredados, aunque las cartas estén marcadas por la balanza asimétrica, su lucha nos recuerda que México no se rinde y que aún hay hombres con la pasión intacta por defender a su pueblo.
Que quede grabado no solo como un recuento de negociaciones, sino como la evocación de ese pulso emocional que nos une: el orgullo de un país que, al ritmo de un embate diplomático, no deja de susurrar al mundo que la dignidad, al final, siempre será nuestro mayor capital.