21 de Febrero/ 2017.
José Rodríguez Castro
Después de un siglo y el último diluvio que devastó las tierras inhóspitas donde se dijo que existió Macondo, sitio donde se construyeron historias inconcebibles y que aún, después de insomnios delirantes, sigue siendo objeto de inquietantes conjeturas, suspicacias y desconcierto, ha propiciado que investigadores de centros científicos del mundo civilizado, principalmente por investigadores y métodos especializados en temas de arqueología y otras tantas ciencias adiestradas como la astrología y la nigromancia, busquen los restos materiales para confirmar su veracidad y certificarlas, a través de testimonios oficiales, congresos y diplomacias universales, que Macondo es un lugar real y propicio para indagar las mentes ocultas de los hombres. Por orden de Instituciones Científicas construir una plaza y un monumento conmemorativo, así como una placa de que aquí se llevó la más grande epopeya del mundo encabezada por los Buendía y que en los próximos siglos se tendrá la certeza que sus descendientes han de poblar la tierra como la mayor fuente de energía humana y solar jamás imaginada.
Esta apasionada tarea sobre los Buendía y Macondo que ha tenido al mundo en verdadera zozobra, llevó al profesor de ciencias universales y cartográficas del Centro de Estudios de Italia, Juan Carlos Pérsico, escritor y amigo de Gabriel García Márquez, teniendo como testimonio trasmitidos por el propio escritor colombiano, a viajar a aquellas tierras y llegar hasta las más remotas zonas amazónicas del Cartagena con el objeto de encontrar restos de Macondo entre espesas selvas y costas petrificadas que permitiera dar a conocer que el libro escrito por Gabriel García Márquez no fue una narrativa mágica, sino un verdadero testimonio de historias totalmente verídicas, alejadas de toda fantasía literaria y aspectos de realismo prodigioso.
Juan Carlos Pérsico, después de cien días de viaje por cielo y mar, llegó a Aracata un domingo al medio día y sufriendo un gran aguacero que lo consideró como un buen presagio que lo llevaría al lugar remoto y sepultado en las tierras de la nada y la indiferencia de la naturaleza fantasmal. Juan Carlos Pérsico se hospedó en el hotel más modesto del pueblo, y antes de estampar su firma en el libro de registro, le dijo a la administradora, una mujer tal vez de edad muy cercana a los cien años, soy maestro de historia y voy rumbo a Macondo. La anciana mujer acercó su rostro de nuez al profesor, y le dijo, usted anda perdido. No venga a joderme con esa vaina de Macondo, esas son pendejadas de escritores delirantes. Señora, perdone, le respondió Juan Carlos Pérsico, soy un profesional, serio y responsable, mire, esta es mi identificación de la universidad Napolitana de mi país, y mire, esta es una fotografía de Gabriel García Márquez, y mire este es su libro Cien Años de Soledad, y lea, aquí dice, Macondo. ¿Existe o no existe, Macondo? Es basura, le respondió la anciana poniendo sobre el mostrador el libro de visitas, y dijo, ponga aquí su nombre, país de origen y su firma. Aquí está la llave de su habitación y descanse. Mañana si pasa el aguacero y se despeje el cielo agarre su maleta y váyase al carajo.
¿Y los Buendía?, le preguntó el profesor.
¿Los Buendía? , la anciana le dio la espalda y se sentó en su sillón de madera ordinaria y se durmió al instante con un puro en la boca.
Juan Carlos Pérsico esa noche no pudo dormir un segundo. El golpe del agua y el viento lo mantuvieron en constante zozobra. La respuesta de la anciana lo había desconcertado. Posiblemente ni ella que tenía más de cien años de vivir en la región tenía conocimiento de Macondo. Mucho menos de los Buendía. Para la madruga que cesó de llover, Juan Carlos Pérsico dejó su inquietud y decidió preparar su equipaje para que en las primeras horas del día partiera a las profundidades del tiempo y buscar en el mapa del olvido las tierras insólitas en donde se había construido Macondo, y tal vez hallar vestigios y escombros de las casas de los Buendía.
A las seis de la mañana, sin despertar a la anciana y dueña del hotel, Juan Carlos Pérsico salió del pueblo y en la primera casa campesina decidió preguntar dónde podía encontrar una mula y alguien que lo guiara por las tierras de lo incierto y caminos sinuosos de los prodigios literarios de Macondo. Después de ir preguntando de aquí para allá se encontró en un solar vacío a Mateo Landero que no sólo se ofreció a acompañarlo a su aventura, sino rentarle su mula y llevar en costales y cajas de cartón carne de res curtida y aguardiente puro para soportar las inclemencias del clima. Siempre y cuando, le aclaró a Juan Carlos Pérsico, que de hallar el lugar donde había existido Macondo, le permitiera buscar con su herradura imantada el tesoro de los Buendía, a lo que el profesor le concedió su petición con justa razón, pues el no iba en busca de oro, sino de historia.
Después de meses de búsqueda en la selva milenaria, caminando hacia adelante, girando hacia la derecha, luego a la izquierda, evadiendo pantanos y lagunas, durmiendo a veces de día y despiertos de noche, y luego dejándose llevar por el presentimiento, Juan Carlos Pérsico y Mateo llegaron a la conclusión que se habían extraviado y que el mapa bíblico no era más que una broma cartesiana.
¡Nos hemos perdido, carajos! Exclamó Juan Carlos Pérsico y su voz retumbó entre la selva y los pájaros salieron asustados de sus nidos.