La Presidenta Claudia Sheinbaum heredó un monstruo de mil cabezas.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 5 de noviembre del 2025.
En México, el poder se ha envuelto a sí mismo en un manto de autosuficiencia, convencido de que la narrativa es suficiente para gobernar. El discurso oficial insiste, día tras día, en que el país avanza, en que la nación está en paz, en que las instituciones funcionan y en que el proyecto de la “Cuarta Transformación” está consolidando una nueva era. Sin embargo, la realidad que vive la ciudadanía contradice esa versión alentadora. La soberbia del poder ha superado la capacidad de ver lo que ocurre fuera del Palacio Nacional.

Todo gobierno que aspire a construir estabilidad y futuro requiere sostenerse sobre tres pilares fundamentales: seguridad, salud y educación. La historia ha demostrado que cuando uno de ellos falla, la nación se tambalea; cuando dos se fracturan, la sociedad entra en crisis. Hoy en México, dos de esos pilares están debilitados hasta la médula: la seguridad y la salud.
La estrategia de seguridad presentada como la solución definitiva para recuperar la paz no ha dado resultados palpables. Las cifras de muertos, desaparecidos, cobro de piso, desplazamientos internos y expansión territorial del crimen organizado son mayores que nunca. Los grupos criminales se han multiplicado, se han fortalecido, han diversificado sus economías y han penetrado todos los niveles de gobierno. La colusión entre crimen y Estado ya no es sospecha: es evidencia.

La Presidenta Claudia Sheinbaum heredó un monstruo de mil cabezas. No se trata solo de un problema heredado, sino de un fenómeno que se incubó, creció y se normalizó durante los últimos años de la llamada Transformación. La narrativa de “abrazos, no balazos” no pacificó al país: lo desarmó moralmente frente a un enemigo que no conoce límites.
Y mientras el gobierno se aferra a sostener que todo marcha bien, los hechos hablan con la crudeza que ningún discurso puede silenciar.

La muerte del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, es uno de esos hechos que no puede maquillarse. Un líder social, un político que denunció la colusión del crimen organizado en su municipio y en su estado. Un hombre que señaló los acuerdos, los pactos y la simbiosis entre estructura política y estructura criminal. Su asesinato no solo es la tragedia de un hombre y de una comunidad: es la confirmación de que el Estado mexicano ha perdido control sobre partes de su territorio.
Estados Unidos lo ha dicho abiertamente: México está siendo cooptado por el narcoterrorismo. Desde el gobierno mexicano se niega, se rechaza, se minimiza. Pero negar un incendio no lo apaga.

El país se encuentra en una encrucijada histórica.
La violencia no es ya un fenómeno periférico: es el sistema.
La inseguridad no es un problema local: es el ADN del Estado.
Mientras tanto, la salud pública atraviesa una crisis silenciosa. Hospitales sin insumos, médicos sin protección, institutos desmantelados y un sistema que opera al borde de la precariedad. La pandemia fue devastadora, pero la mala administración posterior ha sido aún más costosa.

Sin seguridad y sin salud, el proyecto de nación pierde sentido.
El desarrollo económico no se sostiene sobre miedo.
La modernización no germina en la sangre.
Ninguna transformación puede construirse sobre cadáveres.
La soberbia del poder consiste en creer que la palabra es capaz de reemplazar a la acción.
Que el discurso puede sustituir a la realidad.
Que el país puede ser gobernado desde una conferencia matutina.
Pero la verdad se impone.

Y la verdad es esta:
México vive uno de los momentos más críticos en materia de seguridad desde la Revolución.
El crimen organizado no está a la defensiva, está en expansión.
Los ciudadanos no viven tranquilos, viven con miedo.
La autoridad no gobierna los territorios, los negocia.
El poder puede seguir negándolo.
Puede seguir celebrándose a sí mismo.
Puede seguir construyendo un relato épico de triunfo inexistente.
Pero la muerte del alcalde Carlos Manzo es la herida abierta por donde habla la realidad.
Y la realidad, hoy, es innegable.


