El mensaje está dado: la Cuarta Transformación sigue, pero sin traidores ni corruptos.
Por: José Rafael Rodríguez Jiménez.
CDMX, 17 de febrero del 2025.
El poder une, pero también divide. Morena, el partido que ha dominado la escena política en México durante los últimos años, enfrenta hoy una de sus pruebas más difíciles: la fractura de los acuerdos que lo llevaron al poder. Pactos que se construyeron en los pasillos de la política, en negociaciones estratégicas, hoy están tambaleándose, poniendo a prueba la estabilidad del movimiento que encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
Desde su fundación, Morena ha sido un partido que creció con la inclusión de diversas corrientes políticas. Militantes históricos, ex priistas, ex panistas, líderes sindicales y activistas encontraron un espacio en la Cuarta Transformación bajo la premisa de un proyecto de transformación nacional. Pero la política no es estática. Los intereses cambian, los liderazgos se mueven y los acuerdos que en su momento fueron funcionales hoy son obstáculos para quienes buscan consolidar su poder dentro del partido.
Pactos que fueron convenientes, pero no permanentes.
Para ganar elecciones y consolidar el control político, Morena se vio en la necesidad de hacer alianzas con personajes que, aunque no compartían del todo la ideología obradorista, sí representaban piezas clave para construir mayorías en congresos locales y federales, así como para mantener el dominio territorial en los estados y municipios. Se trató de una estrategia pragmática, pero como en toda negociación política, los favores tienen costos, y hoy esos costos están empezando a pasar factura.
Claudia Sheinbaum ha sido clara: la transformación sigue, pero sin simulaciones. Su presidencia no será la de los acuerdos a espaldas del pueblo ni la de la protección de quienes buscan el poder por encima de los principios del movimiento. Y ahí es donde comienzan los problemas para Morena, pues no todos dentro del partido comparten esta visión de disciplina y lealtad al proyecto de nación.
Muchos de los aliados de ocasión hoy buscan sobrevivir políticamente sin someterse a la nueva directriz presidencial. Gobernadores, legisladores y operadores políticos que llegaron al poder gracias a acuerdos con distintos grupos hoy enfrentan un dilema: alinearse con la nueva administración o resistir en busca de su propio espacio, incluso si eso implica traicionar los principios de Morena.
Claudia Sheinbaum no meterá las manos por nadie.
A diferencia de lo que sucedía en otros tiempos, donde el presidente en turno protegía a su círculo cercano a toda costa, Claudia Sheinbaum ha marcado una diferencia crucial: no intervendrá para salvar a quienes se aparten del camino de la 4T, ni a quienes traicionen la confianza del pueblo de México. Su gobierno no será un escudo para los corruptos, ni un refugio para quienes han utilizado a Morena como trampolín para sus ambiciones personales.
Los principios de Morena son claros: no mentir, no robar y no traicionar al pueblo. Y quienes no respeten estos valores no pueden esperar el respaldo de la presidenta. La lealtad a la transformación no es un mero discurso, sino una línea de acción que no admite excepciones. Sheinbaum está consciente de que la supervivencia del movimiento depende de su capacidad para mantener la unidad sin ceder ante los chantajes políticos de quienes solo buscan beneficios personales.
La purga interna: el futuro de Morena en juego.
Los signos de una reconfiguración interna son evidentes. Morena se encuentra en un punto de quiebre donde las diferencias ya no solo son de estrategia política, sino de principios y lealtades. Mientras algunos defienden con convicción el proyecto transformador, otros han mostrado su verdadero rostro, apostando por sus intereses particulares y dejando en claro que su compromiso con el movimiento es efímero.
Sheinbaum no puede permitirse un Morena fragmentado, pero tampoco uno lleno de oportunistas. La alternativa es clara: una depuración dentro del partido para fortalecer su identidad y evitar que termine convertido en un cascarón vacío como lo fueron el PRI y el PAN en su momento. La purga no será inmediata, pero es inevitable. Y en ese proceso, los nombres que en algún momento fueron considerados inamovibles podrían verse relegados si no muestran un verdadero compromiso con la 4T.
Morena se enfrenta a su propia encrucijada: consolidarse como un partido con estructura propia o seguir dependiendo de la inercia del obradorismo. Pero Sheinbaum tiene claro que no gobernará con simulaciones ni con alianzas que debiliten el proyecto. Quien no entienda que el futuro del partido está en la lealtad al pueblo y no en las negociaciones de cúpula, simplemente quedará fuera.