El reto de la Presidenta Sheinbaum no es menor.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 16 de junio del 2025.
En la antesala de un nuevo capítulo de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos, la preocupación del gobierno norteamericano sobre el rumbo del Gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo es tan real como estratégica. Bajo la sombra de un retorno vigoroso de Donald J. Trump a la Casa Blanca, las negociaciones bilaterales ya no son meramente institucionales; son un campo de presión política, económica y de seguridad nacional.

La realidad incómoda: México en la mira.
El Gobierno de los Estados Unidos, encabezado nuevamente por el presidente Donald J. Trump fortalecido, no ha disimulado su malestar ni su urgencia: México es visto como un eslabón débil, pero fundamental, en los problemas estructurales de seguridad nacional norteamericana. Desde el tráfico de drogas —especialmente fentanilo— hasta los casos de lavado de dinero, robo de combustibles (como el escándalo “Jesen” en PEMEX), y la penetración del crimen organizado en instituciones políticas mexicanas, el expediente que Washington ha puesto sobre la mesa es extenso y contundente.
La presidenta Claudia Sheinbaum y su equipo de funcionarios diplomáticos de primer nivel saben que México tiene poco margen para negociar en igualdad de condiciones. Y es que, mientras la retórica oficial del gobierno mexicano apuesta por la cooperación, la diplomacia y la buena voluntad, el equipo del presidente Trump juega con fichas de presión real: inteligencia, expedientes, rutas financieras y nexos políticos que, según sus informes, vinculan directamente al crimen organizado con estructuras de poder en México.

La Presidenta Claudia Sheinbaum ante el desafío diplomático.
La Presidenta Claudia Sheinbaum ha asumido el poder con un estilo distinto al de su antecesor. Más técnica, más cauta, más institucional. Sin embargo, los tiempos no dan tregua ni espacio para el aprendizaje político. Las tensiones están servidas. Washington no solo quiere respuestas, quiere acciones visibles, contundentes y verificables. El tono ya lo ha marcado Trump desde su discurso de campaña: si México no contiene al crimen, no habrá acuerdos, ni migratorios, ni comerciales, ni diplomáticos.
La presidenta Sheinbaum ha ordenado a su canciller, el Dr. Juan Ramón de la Fuente, establecer canales abiertos con el equipo de Trump. Y aunque el diálogo se mantiene, la relación es asimétrica. Mientras México busca acuerdos, Estados Unidos pone condiciones. Mientras México propone cooperación, Trump exige resultados inmediatos.

Las cartas de presión: crimen, fentanilo y corrupción.
El presidente Donald J. Trump tiene claro su discurso electoral: culpar a México por la crisis del fentanilo, por la inseguridad fronteriza y por la infiltración del crimen organizado en ambos lados del Río Bravo. Y aunque la narrativa pueda estar cargada de interés político, no es menos cierto que los hechos la sustentan. En su segundo mandato, Trump ha girado instrucciones para endurecer los controles fronterizos, reforzar la DEA y el FBI en su labor de inteligencia regional, y condicionar todo pacto económico a resultados tangibles en el combate al crimen trasnacional.
México, por su parte, enfrenta un dilema histórico: o reconfigura su política de seguridad y limpia las instituciones desde dentro, o perderá autonomía en los pactos bilaterales, siendo visto como un socio débil y permisivo.

El punto crítico: ¿cómo responderá México?
El reto de la Presidenta Sheinbaum no es menor. Su administración debe caminar sobre una cuerda floja: responder con firmeza a las exigencias estadounidenses sin sacrificar soberanía, pero también sin caer en la complacencia o el silencio cómplice. Necesita resultados, pero también necesita tiempo. Sin embargo, Trump no dará ese tiempo, y eso coloca al gobierno mexicano en una posición de vulnerabilidad operativa y política.
Los asesores de la presidenta saben que no habrá margen para fallos diplomáticos. La presión vendrá acompañada de sanciones económicas, bloqueos comerciales o incluso amenazas de intervención regional en temas de seguridad si no se perciben avances.

Entre la geopolítica y la soberanía.
La preocupación de Estados Unidos por México no es nueva, pero ahora está institucionalizada como parte del núcleo duro de su agenda internacional. Trump, con su estilo impositivo, ve a México más como un problema que como un socio. Y si la administración de Claudia Sheinbaum no toma control pronto del discurso, del territorio y del combate al crimen, la narrativa internacional será impuesta por Washington, no por Palacio Nacional.
El momento es crucial: México debe decidir si responde con carácter o si cede bajo la presión diplomática. Y esa respuesta marcará no solo el rumbo de la relación bilateral, sino el futuro político de una presidenta que tiene los ojos del mundo —y los misiles retóricos de Trump— puestos sobre ella.