Esta cacería no resolverá los verdaderos problemas que enfrenta la nación.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 10 de junio del 2025.
Mientras el mundo observa con estupor las redadas masivas encabezadas por el ICE en calles, hogares, escuelas y restaurantes de Estados Unidos, es imposible no advertir que lo que se vive no es una política migratoria: es una cacería humana institucionalizada. Al mando operativo, Tom Homan —Director Ejecutivo Asociado de Operaciones de Cumplimiento y Deportación del ICE— orquesta lo que parece más una operación militar que un acto de justicia. Y aunque el cumplimiento de la ley es innegociable en cualquier nación soberana, la forma en que se ejecuta define la diferencia entre un Estado de Derecho y un Estado de terror.

Hoy no se deporta con criterio; se persigue. No se distingue entre trabajadores, estudiantes o familias con décadas en el país; se asalta con premeditación. Las redadas son violentas, deshumanizantes, calculadas para infundir miedo. Agentes federales entran a domicilios como si fueran zonas de guerra, con armas desenfundadas, arrasando dignidades, separando madres de hijos, esposos de esposas, estudiantes de sus sueños. Lo que está ocurriendo no es solo un acto de represión migratoria. Es un espectáculo montado con una precisión quirúrgica para cumplir un objetivo político mayor: desviar la atención de una Casa Blanca asediada por sus propias fracturas.

La bomba de humo perfecta.
Estados Unidos vive una tormenta perfecta: crisis económica inminente, descontento social, polarización racial, tensiones diplomáticas, conflictos en Medio Oriente, y una imagen internacional desgastada. Donald Trump regresa al poder no como el salvador que prometía muros y prosperidad, sino como un presidente que necesita enemigos externos para reconfigurar su narrativa interna. Y qué mejor blanco que los migrantes latinoamericanos. La política migratoria se ha transformado en una cortina de humo, una válvula de escape que canaliza el descontento hacia los más vulnerables. Una vieja fórmula de populismo autoritario: fabricar un enemigo y culparlo de todos los males nacionales.
Pero este enemigo no lleva uniforme ni armas. Es una madre guatemalteca que trabaja limpiando casas. Es un joven mexicano que estudia ingeniería. Es un hondureño que huye de la violencia. Son los rostros de quienes buscan sobrevivir en una tierra que siempre se vendió como la tierra de las oportunidades, y que hoy los persigue como si fueran criminales.

El rostro inhumano de la legalidad.
Tom Homan insiste en que “solo se cumple la ley”, pero cuando la ley se convierte en una herramienta de persecución masiva, deja de proteger y comienza a oprimir. Y lo más preocupante no es solo lo que hace el ICE, sino cómo lo hace. ¿Dónde quedó el criterio humanitario? ¿La evaluación de casos individuales? ¿El sentido común de la compasión? No se puede hablar de justicia cuando lo que impera es el miedo y el trauma. Las redadas, las expulsiones relámpago, los interrogatorios sin representación legal, son heridas que dejan cicatrices invisibles en miles de familias. Es una guerra sin nombre, librada contra ciudadanos sin armas.

El otro muro.
La cacería de inmigrantes es el otro muro de Trump. No uno de concreto en la frontera, sino uno simbólico, que se levanta entre ciudadanos y migrantes, entre derechos y represión, entre humanidad y barbarie. Y ese muro, quizá más peligroso, se levanta en los corazones de millones que hoy sienten miedo de salir de sus casas, de hablar su idioma, de confiar en las autoridades.
La historia juzgará estos actos no por su eficacia operativa, sino por su costo moral y político. Estados Unidos fue fundado por migrantes y hoy se envenena con su persecución. Esta cacería no resolverá los verdaderos problemas que enfrenta la nación: ni el desempleo, ni la inflación, ni los conflictos internacionales. Pero sí generará algo útil para el presidente: distracción, división y un falso sentido de control.

Mientras el mundo observa, miles de vidas son destrozadas en nombre de una narrativa política que necesita culpables. El precio de esta cacería es la pérdida del alma democrática de un país que alguna vez fue faro de libertad. Hoy, esa luz se desvanece detrás de una sombra: la de los hombres armados que llaman a la puerta sin compasión.