Porque en política, como en la vida, no todos tienen el valor de barrer la casa…
Por: La Palabra Política.
Tabasco, 8 de octubre del 2025.
Tabasco huele a cambio. No al cambio de discurso, ni al cambio de partido, sino al cambio real, ese que duele, incomoda y a veces quema. A un año de haber tomado las riendas del estado, Javier May Rodríguez no solo heredó un gobierno en ruinas: heredó un campo minado, con los cimientos podridos por la corrupción, la inseguridad y el desfalco.
Y lo más difícil no fue recibirlo… fue atreverse a enfrentarlo.

El gobernador encontró un estado lastimado, con una sociedad harta, incrédula y golpeada por años de promesas incumplidas. En las calles, el enojo era evidente. En las instituciones, el saqueo olía a humedad. En las cifras, la realidad era demoledora: Tabasco había sido entregado al desorden, devorado por la violencia y por una estructura criminal que se gestó bajo la sombra del poder.
A ese monstruo, Javier May lo llamó por su nombre: “La Barredora”, una organización que operó impunemente en los años de Adán Augusto López Hernández y Carlos Manuel Merino Campos. Un grupo que, bajo el manto del poder político, tejió redes de complicidad, corrupción y miedo.
Pero May no se escondió detrás del silencio institucional.
Denunció. Actuó. Y se enfrentó.

La herencia maldita.
A May le dejaron un Tabasco quebrado. Las arcas vacías, las finanzas públicas en caos, los programas sociales detenidos y la confianza ciudadana por los suelos. Adán Augusto y Merino entregaron un gobierno desfondado, con agujeros presupuestales que parecían imposibles de llenar y con una estructura burocrática enferma de corrupción.
En ese escenario, el nuevo gobernador tuvo que comenzar una limpieza profunda, una cirugía política que removiera el tumor sin matar al paciente. No fue fácil.
Cada decisión tocaba intereses, cada denuncia despertaba viejos fantasmas, y cada acción reavivaba un pasado que muchos querían mantener enterrado.

Sin embargo, Javier May no nació para callar, sino para transformar. Con la firmeza de quien viene del movimiento que fundó López Obrador, decidió honrar los principios de su origen político: no mentir, no robar, no traicionar.
Y desde ese principio ético empezó a reconstruir la confianza.
El golpe que cimbró al poder.
Cuando Javier May habló de “La Barredora”, no solo expuso un grupo criminal: destapó una cloaca política.
Dio un golpe directo a la herencia de impunidad que por años operó desde las entrañas del gobierno.
Ese acto —valiente, polémico, necesario— lo colocó en el centro de la tormenta.

Los críticos lo acusaron de “romper la unidad”; los oportunistas intentaron usarlo como bandera política; pero el pueblo entendió el mensaje: por fin había un gobernador que no se arrodillaba ante el miedo.
Javier May no se limitó a hablar. Actuó. Reestructuró dependencias, destituyó funcionarios, auditó contratos, cortó de raíz redes de corrupción y puso el dedo donde más dolía.
Fue un año turbulento, sí, pero también un año de purificación institucional.
Tabasco se levanta: un nuevo pacto con el pueblo.
Hoy, a un año de distancia, los resultados comienzan a sentirse.
Los índices de inseguridad, aunque aún altos, han comenzado a descender.
Las calles están más vigiladas, los programas sociales reactivados y la inversión pública vuelve a moverse.
El estado respira otro aire.
No de euforia, sino de renovación.

Javier May ha demostrado que se puede gobernar con firmeza y lealtad al pueblo, sin esconder los problemas, sin pretextos ni discursos vacíos. Su compromiso con la presidenta Claudia Sheinbaum y con los principios del movimiento de López Obrador no es una consigna, sino una práctica diaria.
Gobernar Tabasco hoy es nadar contracorriente.
Pero May lo hace con fuerza, con convicción, y con la fe de quien cree que la política aún puede servir al pueblo.
El año del renacimiento tabasqueño.
Este primer año de gobierno no ha sido el de la calma. Ha sido el del renacimiento.
El año en que Tabasco comenzó a limpiar sus heridas, a enfrentar sus demonios, y a recuperar la fe.
El año en que Javier May Rodríguez decidió reconstruir la casa, aunque ardiera en el intento.

Porque al final, gobernar no es administrar un estado, es honrar una historia, una tierra y una gente que ha sufrido demasiado.
Y si algo ha dejado claro Javier May, es que Tabasco volverá a levantarse.
No de la mano del miedo, sino del valor.
No desde la oscuridad, sino desde la verdad.
El fuego purifica.
A un año de gobierno, Javier May Rodríguez no puede presumir de un estado perfecto, pero sí de algo mucho más valioso: haber enfrentado lo que otros ocultaron.
Tabasco está cambiando.
Y ese cambio, aunque lento y doloroso, es real.

Porque en política, como en la vida, no todos tienen el valor de barrer la casa… cuando saben que el polvo levantará tormentas.