Hoy, más que nunca, López Obrador puede decir con certeza que su análisis del país fue el correcto.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 21 de octubre del 2024.
Andrés Manuel López Obrador, expresidente de México y figura central del movimiento de la Cuarta Transformación, es un hombre que ha basado su carrera política en la denuncia constante de la corrupción y las injusticias que, según él, dominaron México durante décadas. Desde sus primeros días como opositor, López Obrador señaló los vicios del régimen neoliberal, denunciando la complicidad entre el Estado y el crimen organizado. Entre los personajes que fueron blanco de sus críticas más duras estuvo Genaro García Luna, quien fuera secretario de Seguridad Pública durante el sexenio de Felipe Calderón. Hoy, los hechos y el tiempo han demostrado que las advertencias de López Obrador no solo eran certeras, sino que sus palabras revelaban una verdad profundamente incómoda para los intereses que dominaban el país.
Desde el inicio de su presidencia, AMLO afirmó que heredaba un país en crisis, marcado por una profunda colusión entre las instituciones de seguridad y el narcotráfico. Señaló que la llamada «guerra contra el narcotráfico» de Felipe Calderón, en lugar de pacificar al país, lo sumió en una espiral de violencia que fortaleció a los cárteles y profundizó la corrupción. En este contexto, la figura de Genaro García Luna era clave. Para López Obrador, García Luna representaba lo peor de un régimen que, bajo la bandera de la seguridad, mantenía oscuros pactos con el crimen organizado.
Las acusaciones de AMLO fueron desestimadas durante años por los grupos de poder que dominaban México. Los medios de comunicación alineados con la oligarquía, grandes empresarios y actores políticos ligados al gobierno de Calderón defendieron a García Luna como el arquitecto de una política de seguridad que, aunque cuestionable, era considerada necesaria. Se construyó un relato mediático donde García Luna era visto como el hombre que luchaba contra el narcotráfico, mientras López Obrador era tildado de populista y exagerado en sus denuncias.
Sin embargo, la verdad comenzó a salir a la luz cuando en 2019, Genaro García Luna fue arrestado en Estados Unidos bajo cargos de narcotráfico, conspiración y lavado de dinero. Durante su juicio, se revelaron pruebas contundentes que mostraban que García Luna no solo estaba vinculado al Cártel de Sinaloa, sino que había sido un engranaje esencial en el sistema de corrupción que permitió que el crimen organizado se infiltrara en las instituciones más importantes de México. El que alguna vez fue el rostro de la «guerra contra el narco» se había convertido en un aliado del mismo enemigo que prometió combatir.
Este caso no solo manchó la imagen de García Luna, sino que confirmó lo que López Obrador había advertido durante años: el Estado mexicano, durante el periodo neoliberal, no solo falló en su lucha contra el crimen, sino que estaba profundamente coludido con él. La guerra emprendida por Calderón no fue más que una fachada que ocultaba pactos oscuros con cárteles, una guerra que no solo no resolvió el problema, sino que lo profundizó. El arresto y juicio de García Luna demostraron que el país que López Obrador heredó en 2018 no era solo un país en crisis, sino uno donde el crimen y la corrupción se habían institucionalizado.
La Corte de Estados Unidos, con su veredicto en el caso de García Luna, dio respaldo a la tesis que López Obrador sostuvo por años. Este veredicto no solo condenó a un exfuncionario corrupto, sino que expuso la podredumbre que permeaba el gobierno de Felipe Calderón, uno de los momentos más oscuros de la historia política de México. Las revelaciones sobre García Luna, así como la confirmación de sus vínculos con el narcotráfico, han dejado una mancha imborrable sobre el legado de Calderón y su administración.
Para López Obrador, este desenlace es la validación absoluta de su diagnóstico sobre el país. Durante su mandato, AMLO repitió en numerosas ocasiones que había recibido un México colapsado, en guerra, con instituciones infiltradas por el narcotráfico y una violencia que había echado raíces profundas. El caso de García Luna es la prueba más tangible de que, lejos de exagerar, López Obrador tenía la razón desde el principio. La corrupción en las más altas esferas del poder no era un mito, sino una realidad que había sido encubierta por los mismos actores que hoy son cuestionados.
La detención y condena de García Luna han abierto una nueva etapa en la historia de México. El viejo régimen oligárquico, que durante décadas mantuvo el control político y económico del país, hoy se enfrenta a las consecuencias de su propio legado. López Obrador, al desmontar estas estructuras corruptas, no solo ha puesto en marcha un proyecto de transformación social, sino que ha demostrado que la verdad y la justicia, aunque tardías, siempre prevalecen.
Con el juicio de García Luna, queda claro que la narrativa que construyó el panismo y sus aliados mediáticos fue una mentira sostenida para proteger intereses oscuros. El gobierno de Calderón, que se presentó como el defensor del país frente al narcotráfico, quedará para la historia como uno de los periodos más corruptos y violentos de México. La guerra que inició, más que una estrategia de seguridad, fue una forma de consolidar un poder que no dudó en aliarse con el crimen para perpetuarse.
Hoy, más que nunca, López Obrador puede decir con certeza que su análisis del país fue el correcto. La Cuarta Transformación que él inició, y que ahora Claudia Sheinbaum continúa, tiene como objetivo erradicar las raíces de esa corrupción que tanto daño le hizo a México. La verdad sobre Genaro García Luna y el gobierno de Calderón no es solo una victoria personal para AMLO, sino un paso crucial en la lucha por recuperar las instituciones mexicanas y devolverle al país la paz y la justicia que tanto necesita.