Del espejismo de la abundancia al despojo de su riqueza natural
Por: La Palabra Política,
CDMX, 4 de agosto del 2025.
Durante décadas, el sureste mexicano, particularmente Tabasco, Chiapas, Campeche y partes de Veracruz, fue percibido como una reserva inagotable de riqueza energética. El hallazgo de grandes yacimientos petroleros, junto con la promesa de desarrollo y modernidad, hizo que los gobiernos federales convirtieran a la región en epicentro del proyecto energético nacional. Pero lo que parecía una bonanza sin límites pronto se reveló como un espejismo. La llamada “borrachera petrolera”, una época de euforia impulsada por el crudo, dejó al sureste con más cicatrices que beneficios duraderos.

El espejismo del progreso.
La expansión de PEMEX en los años 70 y 80 convirtió a estados como Tabasco y Campeche en símbolos del nuevo México moderno. Se construyeron plataformas, ductos, complejos industriales, y con ello llegaron migrantes, inversión pública y grandes expectativas. El petróleo fue visto no solo como motor económico, sino como símbolo de soberanía nacional.
Sin embargo, el modelo extractivista aplicado no fomentó un desarrollo integral ni sustentable. No se invirtió en diversificación económica, educación técnica ni infraestructura regional sólida. El petróleo se convirtió en recurso mal administrado, fuente de corrupción, contaminante de ecosistemas y factor de distorsión social.

La factura del saqueo.
Con el paso del tiempo, la euforia petrolera se transformó en abandono. Cuando la producción declinó y los precios internacionales cayeron, también lo hizo el interés del centro político y económico del país en la región. La infraestructura se volvió obsoleta, las fuentes de empleo desaparecieron y las comunidades quedaron atrapadas entre el deterioro ambiental, la marginación y la violencia.
El despojo fue doble: ambiental y económico. Ríos contaminados, tierras devastadas por la perforación y comunidades enteras desplazadas por proyectos energéticos sin consulta previa. Pero también un despojo de oportunidades: se extrajo la riqueza sin reinvertirla localmente. El sureste fue sacrificado para alimentar la economía nacional, pero nunca se le permitió ser dueño de su destino económico.

Un capital desperdiciado.
El sureste tiene todavía hoy una de las mayores reservas de biodiversidad, agua dulce y potencial agroforestal del país. Sin embargo, las décadas de dependencia petrolera opacaron estas posibilidades. Los gobiernos estatales, en muchos casos cooptados por intereses corporativos y clientelas políticas, no supieron, o no quisieron, reorientar la economía regional.
Lo que se desperdició fue más que petróleo: se perdió capital humano, se marginaron saberes locales, se frenó la innovación regional y se obstaculizó la construcción de un modelo económico propio. La llamada “nueva riqueza” dejó, en realidad, un profundo empobrecimiento social y cultural.

El futuro después del petróleo.
Hoy el sureste mexicano se encuentra en una encrucijada. El discurso oficial ha vuelto a centrar su atención en la región con megaproyectos como el Tren Maya o la refinería de Dos Bocas, prometiendo una nueva era de progreso. Pero las comunidades del sureste, con una memoria histórica aún viva, saben que el desarrollo no llega por decreto ni por imposición.

Es necesario un cambio de paradigma: una transición justa que recupere la riqueza natural, respete los territorios indígenas y fomente economías locales sostenibles. El futuro del sureste no puede seguir subordinado al extractivismo ni a decisiones tomadas desde el centro. Solo desde un enfoque comunitario, ecológico y verdaderamente federalista podrá saldarse la deuda histórica con esta región.


