El mundo asiste a una danza vertiginosa de cambios, donde las alianzas se forjan y se rompen al ritmo de los intereses nacionales.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 23 de junio del 2025.
La Guerra, ese espectro que cíclicamente se cierne sobre la humanidad, parece prepararse para una nueva función en el ya convulso escenario de Medio Oriente. El telón de fondo, un clásico de la geopolítica moderna: la eterna sospecha, la difusa línea entre la amenaza latente y el pretexto conveniente. Estados Unidos, bajo la égida de Donald J. Trump, vuelve a estrechar filas con su aliado incondicional, Israel, para señalar con dedo acusador a la República Islámica de Irán. El motivo oficial, una vez más, resuena con la ominosa cadencia de una cuenta regresiva nuclear: la supuesta ambición iraní de construir bombas atómicas.

¿Realidad tangible o fantasma agitado por intereses creados? La historia nos enseña a ser cautelosos ante la narrativa unilateral de las potencias. Desde las cruzadas hasta las invasiones contemporáneas, el arte de maquillar la ambición con el ropaje de la necesidad defensiva ha sido una constante. Si rascamos bajo la superficie de las declaraciones altisonantes, encontramos invariablemente un sustrato de cálculo estratégico y voracidad económica. La geografía de Medio Oriente, un tapiz de rutas comerciales vitales, yacimientos de hidrocarburos inmensos y enclaves militares codiciados, siempre ha sido un imán para la intervención. Las guerras, en su esencia más cruda, han sido históricamente empresas de despojo, de reconfiguración de la propiedad a gran escala, y hoy, aunque los actores vistan trajes de líderes mundiales, la vieja lógica del poderío y la expoliación sigue latiendo con fuerza.

En este ajedrez global, cada movimiento tiene una razón, a menudo oculta tras capas de retórica moralizante. La alianza entre Estados Unidos e Israel no es nueva, pero bajo la administración Trump adquiere una intensidad particular. El presidente estadounidense, con una franqueza que a menudo roza la imprudencia, nunca ha ocultado su apetito por afirmar la hegemonía de su nación, por controlar los flujos de recursos y por moldear el mundo a su imagen y semejanza. Lo proclamó en campaña, y su presidencia ha sido un ejercicio constante, a veces errático, de cumplimiento de esa agenda.

¿Cuál será el precio de este nuevo capítulo bélico que parece avecinarse? La respuesta, lamentablemente, ya la conocemos: vidas truncadas, familias destrozadas, ciudades reducidas a escombros. Y en el tablero geopolítico, un reacomodo de fichas que favorecerá, previsiblemente, los intereses de Washington y Tel Aviv. El equilibrio de poder en la región se inclinará aún más, dejando profundas cicatrices y sembrando las semillas de futuros resentimientos.

El mundo asiste a una danza vertiginosa de cambios, donde las alianzas se forjan y se rompen al ritmo de los intereses nacionales. Donald J. Trump, con el poderío que le confiere la presidencia de la nación más influyente del planeta, parece decidido a imponer su visión, a hacer girar la balanza global hacia sus objetivos. Si esta nueva era, marcada por la confrontación y la imposición unilateral, será beneficiosa o perjudicial para el devenir de la humanidad, es una pregunta que solo el tiempo podrá responder. Mientras tanto, la sombra de la guerra se alarga sobre Medio Oriente, anunciando un nuevo giro en el intrincado y a menudo sangriento relato del orden mundial.