OPINIÓN
Por: José R. Rodríguez Jiménez
CDMX, 11 de agosto del 2025.
En la política, como en las tormentas, siempre hay un momento exacto en que el viento cambia. No se anuncia con discursos, ni se vota en el Congreso; se siente. Es un aire distinto que entra por las rendijas del poder y que huele, inevitablemente, a fin de ciclo.
El andresmanuelismo, ese núcleo duro que en el sexenio pasado gobernó con la fuerza de un solo hombre, comienza a resquebrajarse. No es un derrumbe súbito, sino una lenta filtración que humedece las paredes de Palacio Nacional. Los rostros que antes caminaban confiados por los pasillos del poder, hoy miran de reojo, miden las palabras y hasta cuidan el saludo. Porque saben que el pacto ha cambiado.

La Casa Blanca ya no es un invitado incómodo; es socio de la agenda. Desde Washington se marcó una línea tan clara que no deja lugar a la interpretación: o limpias tu casa, o entraremos a limpiarla nosotros. Y la lista de la limpieza no se escribió en México.
Durante el sexenio pasado, ese grupo que hoy se tambalea forjó su poder con algo más que votos: tejió complicidades con el crimen organizado, selló alianzas en la penumbra y convirtió la sombra del poder en refugio. Eran tiempos de blindaje absoluto; los intocables no conocían de fronteras, y menos de consecuencias.

Pero los tiempos cambiaron. La narrativa oficial ahora habla de orden y combate, y las señales son visibles: Omar García Harfuch encabeza operativos, y su figura empieza a simbolizar una purga interna. No se trata solo de golpear a la delincuencia, sino de arrancar de raíz a los narcopolíticos que crecieron a la sombra de la Cuarta Transformación.
La ironía es brutal: el golpe viene desde el mismo lugar que les dio vida. Palacio Nacional ya no es su escudo. La instrucción es precisa, y el mensaje se repite como eco incómodo en los pasillos: se acabó el tiempo de la impunidad para los de casa.

En esta encrucijada, el círculo cercano al expresidente siente el frío de la intemperie política. Son conscientes de que lo que está en juego no es solo el poder, sino la libertad. El blindaje que les ofreció el sexenio pasado se ha resquebrajado, y Washington no suelta la presa cuando huele sangre.
Lo más revelador es que, en este tablero, el factor internacional pesa más que la política doméstica. La Casa Blanca no negocia emociones: negocia resultados. Y si eso implica darle la razón a Donald J. Trump en su diagnóstico sobre el narco-terrorismo en México, que así sea.

El final de la era andresmanuelista no llegará con discursos nostálgicos ni con ceremonias discretas. Llegará con detenciones, juicios y nombres que hace apenas unos años eran intocables. El viento ya cambió. Y cuando cambia el viento en política, nadie puede quedarse quieto.