La tormenta no ha pasado. Apenas comienza.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 26 de mayo del 2025.
Mientras en los foros diplomáticos se repiten los mantras de respeto mutuo, soberanía e independencia entre naciones, en el corazón de los hogares mexicanos comienza a sentirse el verdadero peso de una relación desigual: el nuevo impuesto del 3.5% a las remesas por parte del Gobierno de Estados Unidos es más que un simple ajuste tributario, es un duro recordatorio del poder absoluto que ejerce Washington sobre México.

Este golpe financiero no es simbólico, es profundamente real. Los 2,700 millones de dólares que dejarán de llegar íntegros a las familias mexicanas impactan directamente en los bolsillos de los más vulnerables, en los pueblos que subsisten gracias al esfuerzo de sus hijos, hermanos, padres y madres que cruzaron la frontera para sobrevivir y que cada semana mandan parte de su salario como una ofrenda de dignidad. Hoy, esa ofrenda ha sido tasada, grabada, reducida.
Y no es sólo un golpe para las familias, lo es también para el Gobierno de México. Las remesas representan una de las principales fuentes de ingreso de divisas para el país, muchas veces superando incluso a los ingresos petroleros. En 2024, las remesas superaron los 63 mil millones de dólares; un impuesto de este tipo, entonces, no es menor. Con menos flujo de dinero, hay menor consumo, menos inversión en lo local, y por supuesto, una menor recaudación fiscal indirecta.

La Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha tratado de mantener una postura diplomática firme, mesurada, que proyecte estabilidad en tiempos de tensiones globales. Ha reiterado la independencia de México como principio rector de su administración, y ha apostado por el diálogo como vía para mantener la relación bilateral con Estados Unidos en términos de respeto. Pero del otro lado, Donald J. Trump —en su nuevo mandato— ha optado por aplicar la ley del garrote. Su lema “America First” no es retórica de campaña, es doctrina de Estado. Y en ese enfoque, México es visto más como obstáculo que como socio.
La maquinaria norteamericana no está interesada en concesiones reales. Pacta, sí. Firma acuerdos, claro. Pero impone su juego. Las supuestas victorias diplomáticas que se proclaman desde Palacio Nacional se desvanecen al momento de hacer cuentas. Son triunfos huecos, discursos vacíos para calmar el ánimo nacionalista, pero que no detienen la hemorragia económica que provoca cada decisión unilateral tomada en Washington.

Este impuesto del 3.5% a las remesas no se gestó en una mesa de diálogo con México. No fue consensuado. Fue una orden ejecutiva que refleja que, cuando se trata de política económica, el Gobierno mexicano no tiene ni margen ni maniobra. Las opciones son mínimas y las herramientas, escasas.

La pregunta que hoy muchos analistas se hacen no es si este es un golpe temporal, sino si es la primera ficha del dominó. ¿Qué sigue? ¿Más aranceles? ¿Nuevas condiciones en el TMEC? ¿Restricciones a productos agrícolas o manufacturas? ¿Condiciones para frenar el flujo migratorio con consecuencias comerciales?

México está siendo puesto a prueba. La Casa Blanca lo sabe. Y cada concesión arrancada no es sólo política o económica, es estratégica. Estados Unidos no está dispuesto a perder un dólar, ni a conceder un centímetro si no es a cambio de una milla.
La tormenta no ha pasado. Apenas comienza. Las herramientas del Gobierno de México para resistir son limitadas, y mientras se insiste en una retórica de soberanía, los hechos muestran que esa soberanía es cada vez más una ilusión diplomática.

El reto de Claudia Sheinbaum no será sencillo: enfrentar un escenario internacional hostil, con un socio dominante y un entorno económico que presiona por todos los frentes. ¿Qué estrategia seguirá? ¿Habrá una política exterior más firme? ¿Un plan interno de protección para quienes reciben remesas? ¿Una nueva narrativa que enfrente la realidad con mayor honestidad?
El tiempo apremia. Porque los discursos no llenan los refrigeradores. Y los hogares mexicanos lo saben mejor que nadie.