Política

El Ocaso del “Mando Absoluto”: la Nueva Geometría del Poder en la Era Morena.

La estrategia de fragmentar el mando absoluto es con el fin de seguir teniendo el poder total.

Por: La Palabra Política.
CDMX, 26 de mayo del 2025.

La Presidencia de la República en México ha sido, desde los albores del sistema posrevolucionario, el eje vertebrador del poder político. A lo largo de décadas, el “hombre al centro” instalado en la silla presidencial concentró en su figura el destino de las instituciones y del Estado. Sin embargo, durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador ese paradigma se ha quebrantado: la 4T ha ensayado una geometría del poder que fragmenta la autoridad entre múltiples frentes de lealtades, transformando el viejo mando absoluto en una sofisticada red de cuotas, contrapesos internos y fidelidades dispersas.

Andrés Manuel López Obrador, expresidente de México.

En lugar de relegar vacíos de poder que la oposición o facciones internas pudieran explotar, López Obrador reclutó a su círculo más cercano para que ocupara puestos clave. Su hijo, Andrés Manuel López Beltrán, ejerce influencia desde MORENA; Ricardo Monreal funciona como operador legislativo; Adán Augusto López Hernández se convirtió en un interlocutor privilegiado en el Senado, y los gobernadores de Morena, junto con la mayoría de los secretarios de Estado, respondieron con lealtad indiscutible al proyecto político personal de AMLO. Lejos de ser un reparto altruista, esta dispersión de poder busca dividir para no ceder: multiplicar “jefaturas” afines impide que un solo actor se desprenda de la órbita presidencial y desafíe la línea oficial.

Lejos de suponer una carencia de control, este modelo fragmentado actúa como un mecanismo de supervisión y disciplina bajo perfil. Las remociones discretas de funcionarios que osan desafiar la ruta marcada evitan escándalos públicos, mientras la existencia de varias redes de poder permite equilibrar la balanza si un bloque se fortalece en exceso. La reducción deliberada del perfil mediático del propio López Obrador refuerza su influencia sin exponerlo a la crítica directa por decisiones impopulares, pues dice mucho más su poder total que su presencia en la primera plana.

No obstante, esta disolución del mando absoluto acarrea amenazas para la salud interna de su movimiento. Al difuminarse la responsabilidad, las decisiones controversiales se atribuyen genéricamente a “los gobernadores” o “los secretarios”, lo que complica la rendición de cuentas a la presidenta de México. La supervisión central sobre funcionarios locales se vuelve desobediente, abriendo grietas que pueden ser aprovechadas para prácticas individualistas. Además, la coexistencia de múltiples líderes internos genera tensiones crecientes; sin un liderazgo claro y visible, la unidad de Morena podría resquebrajarse en cualquier momento electoral decisivo.

Al mismo tiempo, el experimento de la 4T ofrece espacios de renovación política que no deben desdeñarse. La pluralidad interna fomenta la deliberación, evitando el pensamiento monolítico que tantas veces aquejó al país. La constante rotación de cuadros permite que nuevas generaciones y visiones emerjan, renovando el impulso del proyecto. Y al no depender de un solo rostro mediático, el movimiento gana solidez frente a los embates opositores que antes apuntaban a desarticularlo a través de su figura más visible.

La estrategia de fragmentar el mando absoluto, por tanto, no equivale a una democratización plena sino a una forma de seguir teniendo el poder y el control que se perpetúa mediante la dispersión táctica del poder. Andrés Manuel López Obrador se revela como un verdadero “animal político”, capaz de diseñar una red de lealtades que sostiene su influencia sin exponerlo directamente. El resultado es una 4T con alta cohesión interna y resistencia frente a la crítica pública. Sin embargo, la sombra de la opacidad y la dilución de la responsabilidad amenaza con minar la explosión que tarde o temprano existirá en MORENA, con el poder total que tienen hoy en día.

El desenlace de este experimento dependerá de la capacidad de los actores internos para mantener el equilibrio sin sacrificar la perdida del control del poder, y de la reacción de sus militantes y simpatizantes en términos de exigencia moralmente democrática. Solo entonces podrá determinarse si el movimiento de AMLO ha transitado hacia una nueva madurez como partido político o si, en el fondo, ha reemplazado un mando absoluto por una colección de mandos parciales que, al final del día, preservan el mismo statu quo de poder concentrado.


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