La verdadera oposición ya existe. Solo falta que se reconozca a sí misma.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 12 de junio del 2025.
En el centro de la democracia mexicana hay un dato que, aunque evidente, ha sido invisibilizado por los reflectores del poder y las narrativas dominantes: existen 60 millones de ciudadanos con credencial vigente para votar, cuyo silencio no significa indiferencia, sino una forma de resistencia social pasiva, un contrapeso inerte que —si se despierta— podría redefinir por completo el mapa político del país.

El Instituto Nacional Electoral (INE) registra con claridad este universo. De esos 60 millones de votantes activos, solo 36 millones votaron por el movimiento de MORENA en las elecciones presidenciales. Este dato ha sido interpretado por algunos como una victoria democrática contundente, pero bajo el lente frío y racional de la estadística, la mayoría no votó por ellos. La mayoría, simplemente, no votó.
Esa masa silente y ausente, más que apática, está decepcionada, desencantada de un sistema político que les ha prometido todo y no les ha cumplido. No se sienten representados por la izquierda, la derecha o el centro. No creen en los partidos, en los candidatos, en los gobiernos, ni en los discursos. Han visto pasar sexenio tras sexenio las mismas prácticas: impunidad, corrupción, simulación, nepotismo, desfalcos. Para ellos, todos los colores han fallado.

Aguardamos la hora decisiva, el momento preciso en que los pueblos se hunden o se salvan.
Emiliano Zapata
La abstención como protesta.
La reciente elección para renovar el Poder Judicial fue un experimento interesante: la baja participación fue, en sí misma, una declaración política. No fue desinterés, fue rechazo. Millones de mexicanos eligieron no legitimar un proceso en el que no creen. Fue un acto silencioso de desobediencia democrática, una forma de decir: “No validamos este sistema porque no nos pertenece”.
Y es ahí donde nace una tesis demoledora: la verdadera oposición hoy en México no está en los partidos, está en la gente. En esos 60 millones de ciudadanos que, sin levantar la voz, cargan con un potencial disruptivo enorme. Son oposición porque no creen, no votan, no legitiman. Y si un día deciden participar, podrían inclinar la balanza de la democracia de forma irreversible.

¿Dónde están los líderes que los representen?
En este momento, no hay ningún partido, movimiento o figura política que haya logrado conectar con ese gigante dormido. No han sido convocados, no han sido comprendidos, no han sido incluidos. No buscan un redentor, sino un propósito. No buscan ideologías, sino soluciones reales, tangibles. No esperan promesas, sino resultados.
Si algún líder —no un político tradicional, sino un ideólogo con vocación nacionalista, un catalizador ciudadano— logra tocar ese nervio vivo, entonces México podría presenciar el nacimiento de una oposición legítima, poderosa y sin precedentes. Porque estos millones de mexicanos no están polarizados, no odian al otro bando: simplemente ya no creen en ninguno.

El futuro se juega en el desencanto.
El país ha sido gobernado por todas las ideologías. Y ese ciclo de decepciones ha sembrado un cinismo social profundo, que no se cura con marketing político ni con campañas coloridas. Se cura con veracidad, honestidad, cercanía. Esos 60 millones no son apáticos: son conscientes. Y en ese nivel de conciencia crítica, se vuelve casi imposible manipularlos con propaganda o sentimentalismo partidista.
Hoy, la oposición más poderosa del país está ausente de la boleta electoral, pero no por mucho tiempo. Basta que alguien encienda la chispa. Basta que un movimiento los convoque no a votar por un político, sino a participar en la refundación del pacto democrático.

El poder del que aún no vota.
El sistema político mexicano se ha acomodado en la idea de que los votantes cautivos bastan para ganar elecciones. Pero ese cálculo puede desmoronarse si el voto dormido se convierte en voto activo. Si 60 millones de personas despiertan, el poder cambia de manos. Las campañas ya no bastarán. Los viejos discursos serán obsoletos. Y el país, al fin, podría entrar en una nueva etapa de representación ciudadana auténtica.
Porque la verdadera oposición ya existe. Solo falta que se reconozca a sí misma. Solo falta que alguien le hable con verdad. Y entonces, México será otro.