Cultura

El amor y las putas.

RELATO

CULTURA & LITERATURA

Por: José Rodriguez Castro.

En este pueblo desolado, sin embargo, hay putas bellas y ardientes, son doncellas. Sin embargo, hay putas de putas. Las verdaderas putas son las únicas mujeres que no pierden sus encantos y su eterna belleza. Muchas de ellas, luciendo bellos vestidos, peinados con colorantes, son educadas. Tienen piel nacarada y de ébano. Pueden sabiamente conducir una charla con el mejor lenguaje florido de lujuria y amor. A veces presumen introducir en sus conquistas versos literarios. Sus perfumes, sin que se tenga conocimiento de su origen y sustancias, son los más propios para la provocación y despertar el más perverso deseo sexual. Con el alcohol y sus labios rojos, rojos, rojos, se transforman en señoras elegantes.
Algunas dominan el difícil arte de mover con delicados movimientos sus manos, los dedos, los brazos, el contorneo del cuerpo y de cómo caminar con gracejo y cruzar las piernas. Incluso, la modulación de la voz. Sus sonrisas son voluptuosas. Fuman finos cigarrillos y dejan salir de sus finos labios un hilo suave, lento, de humo que se disipa imperceptiblemente en la atmósfera. Con el mismo ademán mencionado dejan la ceniza en el cenicero de cristal cortado. Para conformar un paulatino romance discreto dirigen la mirada hacia otro lugar, semejando una conquista atrevida, íntima, lejos del alcance de otras miradas. No hay hombre que se resista a tanta belleza de mujer.
Las putas distinguidas, teniendo conciencia del significado, eligen casas propias, íntimas, muy elegantes y decoradas. Salones privados donde se pueden llevar a cabo encuentros con personajes políticos o empresarios prominentes de Villahermosa. Hombres que huyen de la cotidianidad de sus hogares, aburridos de sus esposas que cada día pierden vitalidad. Y el sexo, entre ellos dos, no deja de ser parte de la obligación y responsabilidad de un matrimonio, luego de tantos años de adulación fingida o caricias obligadas. Conservarlo es una tarea que provoca la vejez prematura, aligera la calvicie y las canas, la obesidad imperdonable. Las arrugas que se manifiestan profundas y se pierden los rasgos del vigor y la juventud. No es fácil. En cambio las bellas putas, más que el mejor tratamiento de la ciencia, consiguen el milagro de la conservación de la virilidad y frenan, admirablemente, un poco el precoz envejecimiento físico y lucidez mental.
Sin embargo, las putas tienen que conservar la frescura y lozanía de su piel. Contrariamente, dejarían de ser lo que son, portadoras de rejuvenecimiento. Extrañamente en este pueblo de infierno, aún con el sofocante calor, las putas se dan el lujo de ser mujeres mucho más exquisitas que muchas esposas de estirpe social y económica. Muchas de ellas son ilustradas y pueden conducir pláticas que muchas veces los hombres no abordan con sus mujeres. Las doncellas putas, las verdaderas putas, son inteligentes. Mientras se toman la copa de vino, se conducen con prudencia. Nunca se embriagan. Ellas, sin elegir el tema sexual, hablan de economía, política, chismean la vida de los políticos que tienen como amante a las mejores putas del lugar y las llenan de lujos. Son sus compañeras de viajes y de vacaciones discretas.
Muchas putas de este pueblo de infierno, se han convertido en mujeres poderosas por tener la virtud de saber amar. Empresarios millonarios y políticos de mucho poder las selecciona porque son inteligentes. No son obsesivas, no exigen, no acuden al reclamo ni a las solicitudes absurdas de esposas, sino elijen pláticas sobre la vida, el amor, filosofan, acarician con sus suaves manos el rostro, las manos y el cuerpo del amante. Le repiten con frecuentemente al oído, mi amor, mi amorcito, eres un amor. Halagos tiernos y dulces. Con faldas satinadas, elegantes y a la vez, austeras se pasean como una gran dama por los espacios íntimos. Su alegría y la felicidad son los mejores estimulantes para el hombre que les otorga todas las comodidades sin tener que exigirlas.
Estas putas prefieren música de piano, jazz con trompetistas y cantantes americanos. Música instrumental adecuada para la sala, otra muy diferente para el comedor, y otra, finalmente, para la intimidad y el acto sexual que llega a realizarse de la manera más espontanea como si fuera la primera noche de amor. Los hombres de este trópico nuestro no pueden conseguir el amor y la felicidad más que con estas bellas putas doncellas. La vida cotidiana y familiar es un asunto de orden social y económico, distinguirse ante el mundo y darse a respetarse ante los demás. Exhibir su familia como todas las familias, nunca los sentimientos, los deseos y el amor tan escaso que sólo proviene y se conquista a través las fuentes ocultas de la majestuosidad excitante.
Las putas de las cantinas nocturnas son putas humildes de los barrios, escuchan boleros, salsa, bailan sin ritmo, les dicen pendejo a los hombres, les meten las manos entre las piernas, y les dicen, por tanto y tanto consigues lo que quieres, pero el borracho no quiere más que desaguar la carga corporal, inconsciente paga y sale a dormir a su hamaca, sin saber dónde anda su mujer a estas horas de la madrugada. Se duerme y al despertar con dolor de cabeza no recuerda nada del día siguiente, mientras su mujer le ofrece el mejor desayuno, sin cuestionar cómo se compraron los huevos, frijoles y las tortillas. Son mujeres humanas como cualquiera otra. Son lo que son, mujeres, tienen que trabajar para sobrevivir a la pobreza y el abandono.
En las cantinas las putas son mujeres que apenas tienen voluntad para ejercer su oficio. Son mujeres del campo y de colonias perdidas. Pobres, que apenas ganan para vivir, mantener al amante y sus hijos. Ellas no tienen acceso a la educación sexual, al arte de la conquista, o la forma sutil para cobrar la tarifa por hora o por una noche entera. No tienen corazón.
Las putas – mujeres de la cantina miran por la ventana y la ciudad es un desierto y dicen, el diablo anda suelto a estas horas. Pero el hombre, es peor, ríen. Se persignan y toman un trago, dos tragos, tres tragos de alcohol para olvidar. El calor es infernal. Se escucha la canción de José Alfredo, Tómate esta botella conmigo, y en el último trago nos vamos. Se repite la misma canción hasta pasada la media noche. Las mujeres se duermen sentadas en sillas, sus cabezas sobre las mesas y sus rostros encima de sus brazos. Se escucha el canto de de los gallos que viven y comen polvo amarillo en las azoteas de las casas de la ciudad. La ciudad se ha descolorado. Las almas se han extinguido en los sueños. El silencio sale a la calle y se extiende como una lámina fantasmal. Poco a poco por encima de los tejados, viene surgiendo la luz blanca del amanecer.
Adivinar escenas de amor
Hay mucha razón. En estos sagrados tiempos son pocos los que hablan y conocen el amor. Con este clima infernal, hablar de amor es un tema absurdo. Quien insista en ello es porque es un idealista y víctima de demencia. Un loco poeta que de tanto hilar palabras y versos cree haber encontrado la fórmula secreta para encontrar el amor y la felicidad en el trópico. Un demente que por leer tantas literaturas extrañas, provenientes del mundo de la placidez y el clima aromático, ajeno al trópico, un obsesivo delirante, cae en terribles escenas alucinantes amorosas. Aquí el amor es otra cosa. Debemos de hallarle otro significado, una propia designación por su composición humana en clima brutal y adverso. La pregunta, es, ¿cómo entregarse al sexo y a la vez al amor, en charcos de calor, nubes de mosquitos y telarañas? ¿Cómo disfrutar el cuerpo entero de una mujer, sus pechos hinchados, sus riendas sueltas por perderse entre los deseos poderosos del placer, con todas sus virtudes de cuerpo y alma? Los delirios del trópico, pudiera ser. ¿Cómo alguien así, dice estar enamorado?
Sin embargo hay historias que nos contradicen. Muchas historias de amor, como el de aquella mujer que lo imaginó en sueños. Lo vio intensa y claramente. Era un hombre común y corriente. Cuando despertó lloró de alegría y dijo haber descubierto el verdadero amor. Se dice que, no pasando mucho tiempo, ese hombre tocó a su puerta, y ella abriéndola, mirando sus ojos turbios, dijo, eres el hombre de mis sueños. Seguro que provienes del país de mis poemas. El hombre, antes de estrecharla entre sus brazos, traía entre sus manos blancas y tibias, su corazón.
Esta es una de las tantas historias que escuchamos o leemos en libros de juventud. Habrán de transcurrir muchos años para saber qué pasó con aquellos enamorados. No conocemos en esta ciudad una historia semejante, a menos que no nos las hayan contado y pudiera haber alguien que nos salga, cualquier día de éstos, relatando algo parecido. Lo recomendable es no dejarse llevar por las obsesiones o las fantasías. Sin embargo, no deje de pensar en el amor, el trópico es propicio para que ocurran sucesos impredecibles.
Su mordaz condición a veces nos obsequia elogios y dulces placeres. Por su acaso, un día, cualquier mujer solitaria pudiera encontrarse, alguien que como usted anda huérfano, solo, triste y carente de un pan de amor, y nos despoje de nuestras falsas opiniones. Porque no debemos caer en la total incredulidad. Hay días en que debemos ser nobles y extender la mano, ofrecer un poco de bondad, si cree o no cree, eso es un poco de amor. Incluso, no hay que perder la fe. Son otros tiempos, hay que vivir, vivir bajo este cabrón sol y para conseguirlo tenemos que ser suficientemente fuertes, duros, severos, no dejarnos caer.
Si existe el amor, se vende.
Siendo víctima del obsesionado amor, sin tener ninguna razón, un pobre hombre, un día cualquiera, termina en los brazos de mujeres que cantan, todas noches, bellas canciones tristes y melancólicas que hablan de amor. Son adorables y cariñosas. Toman vino sin tregua hasta emborracharse. Al hombre lo besan ardientemente, lo enamoran cariñosamente, siempre y cuando por unas cuantas monedas. El hombre feliz y excitado, les pregunta, ¿existe el amor? Ellas, riendo, y abrazándolo y estrechando su rostro en sus pechos, le dicen, para justificar su oficio, sí existe el amor. Nosotras somos el amor, nuestro corazón es grande. ¿Cuánto amor quieres? ¿Dime cuánto amor necesitas?, dice una de ellas. Él, con marcado entusiasmo, pregunta, ¿pero es un verdadero su amor? Sí, no seas incrédulo, le contestan las otras alegres mujeres, mira, y le muestran los marchitos senos.
Le besan los ojos y la frente, le suavizan los cabellos y sin que se dé cuenta le extraen de su cartera muchos billetes de cien pesos. Nada más que aquellas doncellas que saben de tanto amor, cuando descubren al pobre hombre borracho, se van con otros que andan buscando amor. El hombre cuando despierta tiene su corazón en la mano lleno de sangre, partido en dos. La soledad del trópico lo atrapó en su telaraña y se lo llevó a morir lejos, muy lejos, donde nadie sabrá más de él. Ellas nunca volverán, se fueron a dormir a los hoteles de paso, bañadas en sudor, y en sus ligueros guardan los fajos de billetes de cien pesos, producto del amor. Nadie sabe qué pasó. Pobre hombre, era un loco.
Entre todas aquellas historias de doncellas, muy lejos, en una casa de luz, hay otra mujer. Ésta, sin embargo, sigue esperando porque está convencida que para conseguir la felicidad y el amor hay que tener paciencia. El que no espera, sostiene, puede cometer muchos errores y ser víctima del engaño. No hay mejor consejo como saber esperar. Cuando menos se espera, alguien toca a la puerta. Es el amor y la felicidad. Hay mujeres que esperando el amor permanecen en vigilia, tejiendo y mirando por la ventana hasta las últimas horas del día.
Tienen la esperanza de ver, en cualquier momento, ver venir el hombre soñado que ha recorrido el mundo buscando amor. Lo tiene en su mente con claridad extraordinaria. Sea domingo o día festivo, permanece mirando por la ventana. Corriendo los años se convence que esta idea fue una locura de su mente pensar de esta manera el amor y la felicidad. Principalmente presumiendo que son viajeros que requieren llegar con urgencia a un lugar donde hay un sitio propio y cómodo para ser lo que desean ser. Desilusionada, un día, se apoya en su bastón, sale con dificultad la calle, toma el tren de las cinco de la tarde y se pierde en el olvido del tiempo.
Éstas son las desventajas de creer en gran amor y la felicidad. Si no hay aquí que diga que ha vivido esta experiencia, hay que preguntar a quien haya tenido estas experiencias. Él podrá explicarlo con detalle, nadie más que él. Si por ahora, no hay nadie que lo pueda explicar, un día habrá alguien, sin que nadie lo espere, nos explicará y deseará escribir aquí todas las milagrerías que produce el verdadero amor, despejando nuestras dudas y cavilaciones. Porque aquellos hombres que un día, cuando las nubes se desplomaban en lluvias, y que hablaban del verdadero amor, se perdieron durante los meses de las grandes inundaciones. Pueden estar viajando por mares de otros mundos, en trópicos menos brutales y salvajes que el nuestro. O quizás en países dónde el amor es la esencia química extraída de los corazones puros y pueden ser el origen de los poemas o novelas que nunca leeremos aquí en este pueblo de infierno.
¡Tan lejos que estamos del mundo!

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La Palabra Política

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