El Gobernador de Chiapas no es de esos que aplauden en público y traicionan en privado.
Por: La Palabra Política.
Chiapas, 13 de agosto del 2025.
En la política mexicana, las lealtades verdaderas no se miden en discursos ni en abrazos públicos frente a las cámaras. Se miden en el silencio de las reuniones privadas, en la firmeza con la que se defienden las decisiones incómodas y en la capacidad de sostener un proyecto cuando soplan vientos en contra.

Hoy, al interior de la llamada “Cuarta Transformación”, sopla un huracán político. Las corrientes internas se agitan, las alianzas se tensan y los cálculos personales pesan más que la visión de un proyecto de nación. Son contados —y quizá hasta se podrían nombrar en una mano— los gobernadores que realmente respaldan, con hechos y no con aplausos, a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.

Muchos se subieron a la ola de Morena no por convicción, sino por conveniencia. Llegaron al poder gracias al fenómeno social que llevó a López Obrador a la Presidencia, y ahora ocupan sus puestos como si fueran piezas autónomas, desligadas del compromiso que los colocó ahí. Pero en ese mar de oportunismos, hay figuras que brillan por su coherencia y firmeza. Una de ellas, quizá la más clara, es Eduardo Ramírez Aguilar.

El gobernador de Chiapas no se subió al tren a medio camino. Antes de que la presidencia de Sheinbaum fuera siquiera una posibilidad real, Ramírez ya creía en su proyecto. No como un acto de sumisión política, sino como la certeza de que México necesitaba continuidad con rumbo, orden con justicia, fuerza con empatía. Su forma de gobernar Chiapas no es un espejo improvisado, sino una prolongación natural de esa visión nacional.

Mientras otros miden su apoyo en la temperatura de las encuestas, Eduardo Ramírez lo mide en resultados: en obra pública, en seguridad, en políticas sociales alineadas con las prioridades presidenciales. No hay en él el doble discurso tan común en la clase política. No hace guiños en público para después tejer intrigas en privado.

En medio del canibalismo político que hoy corroe a Morena —donde las facciones internas parecen más interesadas en desgastar a la presidenta que en fortalecerla—, Ramírez actúa como escudo. No sólo defiende, sino que blinda el proyecto de nación. Lo hace desde su liderazgo político y social, sabiendo que en tiempos de tormenta se necesita más que simpatía: se necesita compromiso inquebrantable.

Por eso su papel es tan relevante. Porque gobernadores como él son pocos, y porque la presidenta, si quiere avanzar sin que la marea interna la arrastre, necesita rodearse de quienes no confunden la lealtad con la conveniencia. Eduardo Ramírez Aguilar no es sólo un aliado; es una pieza clave en la nueva etapa de la izquierda mexicana. Una etapa donde el poder no se grita, se ejerce. Y donde las palabras, sin hechos, ya no tienen cabida.


