Cultura

Durante el Calor de la Noche

Durante el Calor de la Noche.


Fragmento de la novela de José Rodríguez Castro. La vida y las pasiones del ser humano en el trópico, el amor y de cómo el amor y el sexo en un clima de fuego, es otra cosa. Todo lo devora. Todo es infernal.

Después de haber transitado entre la realidad y el sueño, viendo y hablando con Pilar Santiago, Esteban, no sólo se reprochó la intención de la cita, sino que estaba perdiendo el entusiasmo que había mostrado la otra tarde. La duda persistía. Lo invadió un cierto temor. Siguió pensando, incluso, que todo se debía a los fuertes calores de las últimas semanas. Sólo eso pudo haberlo hecho sentir el instinto sexual inmoral, agrio y mezclado con lodo de sudor. Recordó las declaraciones que le había hecho el día anterior el psiquiatra y le concedió algo de razón. Pero pensó reconfortado, estoy en mis cinco sentidos. Se miró las manos y los dedos. Estaba seguro de sí mismo. Mis síntomas no son de locura. Estoy bien. Y continuó navegando con sus pensamientos.

Este día, Esteban, desde que despertó en la mañana, muy temprano, incluso, lució fresco mentalmente a pesar del santo calor, en sano juicio. Sentado en la cama, mirando aún el candil prendido, caviló pacientemente sobre la cita que había fijado la tarde anterior. Se desnudó, tomó una toalla y se bañó, pero seguía sudando. Como vivía solo, se preparó dos huevos estrellados con bastante salsa de tomate, frijoles refritos, se comió cinco tortillas y tomó café negro, caliente y recargado. Trató de leer el periódico sobre el último reporte del calor y los daños que ocasionaba a las personas adultas y vio en la primera página las fotografías de una mujer hospitalizada y un niño deshidratado con mascarillas de oxígeno. Leyó el encabezado: la ola de calor sigue insoportable. No buscó su artículo como siempre lo hacía ni le interesó conocer la opinión del director en la sección editorial.

Al poco rato, el calor lo llegó a agitar y su mente giraba en torno a una sola idea. Por lo mismo, decidió que ese día no iría al periódico. Se acercó al calendario colgado en la pared y vio el día y la fecha, viernes, Santa Cruz, dijo, tomó un lápiz y lo cruzó con una cruz. Fatigado, Esteban, anduvo por toda la casa como si buscara algo y en una de esas se asomó por la ventana y vio la ciudad solitaria. En otras ocasiones algún carro o una mujer con paraguas negro, atravesaban la calle.

Esta mañana las calles lucían desiertas. Puta, con este sol y este calor quién sale a la calle a estas horas, pensó. Tal vez esta impresión fue que lo sugestionó y lo llevó a creer que estaba siendo víctima del fuerte calor. Sólo eso me faltaba, pensó, no me suicido pero caigo en una inconciencia que me trae de un lugar a otro y estoy donde no debo de estar. Esta aventura es una gran pendejada, pensó, y quiso detener el vehículo, pero su pié seguía puesto encima del acelerador. La duda le hormigueó por todo el cuerpo. Estaba actuando en contra sus principios morales y esa idea lo mortificaba. Y tampoco creía que la aventura que deseaba vivir no parecía ser una aventura digna como para contarla con mucha picaresca entre sus amigos y reírse toda una tarde, entre cerveza y cerveza, en la cantina La Portilla, escuchando los fuertes golpes de las bolas de billar y las mentadas de madre.

Por cierto, semanas antes, reunidos en la cantina La Portilla, con Leo Feline y Virgilio, después de haber comentado el incidente del psiquiatra que había dado un balazo a su amante por celos, se enfrascaron en una plática de amores, las locuras de las mujeres maduras, la seducción y otros temas sobre cuestiones sentimentales en el trópico. Sus teorías giraban en torno a la espesa atmósfera de olores descompuestos y penetrantes que existen en el trópico: El calor cabrón es lo que incita a la lujuria y la promiscuidad. El erotismo y la sexualidad en el trópico son irracionales más que en ninguna parte del mundo. Son actos de arrebatos y euforias violentas. El clima, pervierte la pureza del alma y el amor. Descompone el carácter y los sanos juicios sentimentales. El calor malsano carcome las sensibilidades, como el comején y la polilla, los hace polvos.

Todos somos sus víctimas sin darnos cuenta. Por eso nuestras relaciones amorosas se agrian y llegan al fastidio y el tedio: el amor se convierte en un sentimiento sin juicio, incongruente. La pesada atmósfera todo lo corroe. La atmósfera, incluso, degenera la pasión y la lleva al extremo de poseer. La confundimos con el amor. Un amor que no es amor, pero para nosotros, eso es amor: ese amor que tú y yo conocemos. El trópico es una animal salvaje y en celo que nos inyecta su ponzoña y nos envenena el corazón. Nos arrebata del alma la generosidad, la ternura y las delicadezas que son la fuente del verdadero amor.

En el trópico todo es confuso y contradictorio, vivimos entre la realidad, la vigilia, el sueño y la muerte. No sabemos realmente, por momentos, en dónde de estos planos nos encontramos. A veces he llegado pensar que somos producto de la fatalidad y una maldición, un destino implacable que debemos aceptar sin tratar de saber por qué o qué condena pagamos por ellos. Debemos preguntarnos por qué nacimos aquí o por qué seguimos aquí y si realmente podemos seguir viendo aquí, pero si buscamos la respuesta entonces nos volveríamos locos por no encontrar razonamiento alguno. No es un deseo, sino una atracción ajena a nuestras fuerzas.

Motivos que Leo Feline, por su elevado nivel intelectual y adicto a la poesía, declaraba que el amor en el trópico, por la severidad del clima, era como flor de un día, florecía en la mañana, marchitándose y muriendo al atardecer. Es un visaje. ¿Puta, quien chingaos puede conocer el amor en este cabrón lugar donde todos enloquecemos por el calor, donde nuestros instintos salvajes pueden más que nosotros? ¿Puedes hablarle de amor a una mujer con este calor, cuando ella vive encendida, alterada diría yo, por el clima y por el mismo calor de su cuerpo? En ese estado violento, ella no quiere escuchar cursilerías. Tampoco el hombre pierde su tiempo hablando de amor cuando puede poseerla con insinuaciones y provocaciones, excitándola con unas cuantas palabras, trasmitidas con inteligencia y obscenidades disfrazadas. Estimulaciones eróticas que ella acepta con agrado porque su disposición interna se lo exige, el calor la obliga y la expone. Se regala a la pasión. Es lo que ella desea y quiere escuchar y sentir, o tal vez es víctima también del calor que la perturba y le hace sentir lo que ella rechaza sentir: el calor la obliga. La hace su esclava.

Por eso el amor en el trópico es una expresión lírica que trasmite aburrimiento: una poesía sin letra, arrítmica y sin entonación. Es un sentimiento considerado como una actitud generosa de buenas maneras y educación, una sinfonía tan exquisita que no provoca ni inquieta, pasa desapercibida para los oídos eróticos. Lo que nosotros llamamos amor es un sentimiento brutal: una pasión agresiva y desgarrada, savia del mismo trópico. Tanto el hombre como la mujer se trenzan y eso es superior al amor, porque los cuerpos se obsequian, enlazan, se hace un solo fuego, un deseo insaciable, se piensan y sueñan con sus cuerpos, sus aromas y sus vicios. El corazón se hace insensible, aunque sufre y siente un dolor agudo como pinchazos de agujas por todo aquello que no puede comprender.

Perdemos la libertad de amar. ¿Por qué? Se preguntaba Leo Feline, porque somos víctimas de la pasión y la lujuria, producto del perverso calor. Y cuando nos despojamos de estos sentimientos, nuestro carácter y la mente pueden más, es cuando llegamos al reposo, la armonía, aflorando todos los nobles elementos del amor. El respeto se asoma y el amor surge como una especie de oración. El corazón se apacigua y supura felicidad plena. Para entonces, creo yo, ya podemos hablar de amor. Y para rematar, Leo Feline, exclamó, pero como dijo Octavio Paz, “si el amor es tiempo, no puede ser eterno”. Entonces para insistir en este tema donde el calor detiene el tiempo y petrifica los sentimientos, nos quedamos sin palabras, ¿en qué momento conocemos el verdadero amor?

Nosotros que vivimos en el trópico, estamos atrapados en un tiempo involucionado, no podemos predecir la oportunidad ni el tiempo. El amor que decimos sentir por una mujer o una mujer por un hombre es un sentimiento que puede ser una cosa o muchas cosas a la vez. Es una emoción traidora, nos domina la imaginación, la transforma y no podemos decir con exactitud si lo que sentimos es amor o es una servidumbre sexual lo que realmente nos arrastra por la otra persona. Aunque la verdad, aquí en el trópico, no peca pero incomoda, y nadie acepta lo uno ni lo otro. Tocar este tema, aquí, es como tragarse una mojarra por la cola.

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La Palabra Política

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