El Presidente Trump manda. El Presidente Trump dicta el guion.
Por: La Palabra Política. 
CDMX, 29 de octubre del 2025. 
Donald J. Trump es, sin lugar a dudas, el hombre más poderoso del mundo. El presidente, el animal político, el empresario que va por todo. Un hombre que jamás pierde y que hoy tiene la ambición más grande del planeta: hacer de Estados Unidos un país más fuerte, más poderoso y con el control total sobre las demás naciones.

Es política. Y en la política, el poder absoluto es válido. Trump no es un hombre de sentimientos ni de sentimentalismos. Desde que llegó a la Presidencia de Estados Unidos lo ha repetido millones de veces:
“Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”.
Va por todas las fichas del tablero geopolítico. Con esa mentalidad y con ese accionar, a Donald J. Trump no le interesa la popularidad ni los halagos; le importa tener el control, el poder, la precisión de sus decisiones. Él no llegó a la Casa Blanca para ser amado. Sabe perfectamente que la política y el poder no son un concurso de simpatía: son una lucha de estrategia, acción y resultados.

Y eso es lo que ha dejado claro en cada discurso: defender a su país, sin concesiones.
Esa firmeza tiene una repercusión directa en la política internacional, especialmente para México, su vecino más inmediato. Dos gobiernos con diferencias ideológicas profundas y visiones opuestas sobre el papel del Estado y la seguridad nacional.
Trump, como mandatario, ideólogo y figura, aborrece al socialismo y lo ha dejado claro una y otra vez. Ese desprecio político e ideológico afecta la relación bilateral con México. Sí, mantiene la diplomacia, ha sido respetuoso y mesurado en la forma con la presidenta mexicana; pero no le convence la política de seguridad ni el modo en que el gobierno mexicano ha manejado el combate al crimen organizado.

Trump lo ha dicho con todas sus letras: México se ha contaminado de la complicidad con los cárteles. Y bajo esa lógica, su nueva misión es contundente: exterminar el narcoterrorismo. Y los cárteles mexicanos, según su visión, es parte de ese problema.
Ya comenzó su cruzada. Y México es un foco rojo, un punto de atención y de acción directa. Trump no pactó con la presidenta mexicana. Le dio órdenes. Le exigió resultados. Y advirtió: “Si no actúan ustedes, lo haremos nosotros”.

Fue esa presión —no la voluntad del Gobierno mexicano— lo que llevó a cambiar la estrategia de seguridad nacional. El gobierno mexicano bajó la mirada, guardó silencio, y construyó una narrativa de simulación, tratando de aparentar que todo estaba bajo control. Pero no era así.
Las recientes acciones de desmantelamiento de células criminales, la extradición de capos y el cambio en la estrategia de seguridad no fueron producto de una nueva visión interna. Fueron órdenes directas desde Washington.

Y así, la estrategia de “abrazos, no balazos” quedó enterrada. Fue el presidente de Estados Unidos quien apretó, amenazó y presionó, obligando al Gobierno mexicano a reaccionar. La presidenta, en respuesta, ordenó al secretario Omar García Harfuch replantear la ruta de combate al crimen.
Ese fue solo el primer capítulo: seguridad. Pero detrás de él vienen otros frentes, como la economía, la energía y la soberanía tecnológica. Trump quiere tener el control total de lo que sucede en México. Y puede hacerlo, porque es Donald J. Trump, el presidente de la nación más poderosa del planeta.

México, con su actual gobierno, no la tiene fácil ni la tendrá. Porque enfrente tiene a un presidente que no pierde, que no cede, y que va por todas las fichas del tablero político y geopolítico.
Trump manda. Trump dicta el guion.
Y el ejemplo más claro está frente a todos:
el adiós definitivo a la estrategia de López Obrador, “Abrazos, no balazos”.

 
									
 
							 
							 
							 
							 
							 
							