No busca laureles instantáneos; apuesta a consolidar un modelo donde la prevención sea tan prioritaria como la cura.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 1 julio del 2025.
En el laberinto burocrático y enmarañado de los poderes enquistados, donde las empresas médicas acostumbran a crecer como parásitos del presupuesto y florece la venta inflada de insumos, emerge un personaje de temple y visión: el Dr. David Kershenobich Stalnikowitz, Secretario de Salud de la República. Su tarea, titánica por donde se le mire, no es solo modernizar hospitales ni surtir anaqueles de fármacos; es rescatar la dignidad de un sistema que, durante años, vivió de retóricas y promesas incumplidas.

Herencia envenenada.
Al tomar posesión, el Dr. Kershenobich heredó un sector minado por la desconfianza: desde el desabasto crónico de medicinas esenciales hasta la opacidad en contratos millonarios. Las sombras del pasado, recubiertas de escándalos de sobreprecios y lógicas de privilegio, se alzaban como murallas imposibles de franquear. Allí, decidió concentrar su fuego: derribar prácticas caducas y romper de tajo con la cultura del “yo me sirvo primero”.

Visión integradora.
Lejos de recluirse en la burocracia de su despacho, extendió su mano hacia el IMSS-Bienestar y el ISSSTE, aun siendo entes autónomos. Bajo su batuta, México comienza a ver coordinación inédita: estándares de atención unificados, flujos de abasto sincronizados y protocolos comunes para urgencias y cirugías de alta complejidad. Es un sutil ejercicio de harmonización institucional que—poco a poco—sana viejas fracturas.

Eje de combate: abasto y mantenimiento.
El combate contra el desabasto no es un gesto simbólico: se traduce en kits de quimioterapia que llegan a tiempo, vacunas que cubren comunidades apartadas y fármacos contra la diabetes que ya no se esfuman en bodegas fantasmas. En paralelo, una cruzada de rehabilitación de infraestructura ha puesto a punto quirófanos, salas de recuperación y centros de salud rural, deteniendo el deterioro que amenazaba con colapsar la atención primaria.

Tecnología y profesionalización.
El Dr. Kershenobich no cree en soluciones mágicas, sino en datos y capacitación. Con un ojo en la telemedicina y otro en la inteligencia de datos, impulsa sistemas de control remoto de signos vitales y registros electrónicos de pacientes que acerquen al médico al enfermo, no al revés. Además, estableció programas de formación continua para el personal de enfermería y los nuevos médicos rurales, apostando a la calidad humana tanto como a la tecnológica.

Escudo político y reconocimiento.
En los pasillos de Palacio Nacional y bajo la vista atenta de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, su labor ha ganado aplausos que trascienden la retórica discursiva. No porque falten voces críticas —que las hay—, sino porque los ciudadanos comienzan a notar la diferencia: horarios de farmacia cumplidos, hospitales limpios, atención más humana y menos menguada por la vorágine de trámites.

Un horizonte abierto.
Nada de esto es un cuento de hadas. El universo sanitario de México atiende a millones de personas con realidades diversas: indígenas en la montaña, migrantes en tránsito y enfermos crónicos en las metrópolis. El Dr. Kershenobich lo sabe y, consciente de la magnitud, ha establecido un ritmo de trabajo que combina la urgencia con la persistencia. No busca laureles instantáneos; apuesta a consolidar un modelo donde la prevención sea tan prioritaria como la cura.

Al final, la medida de su éxito no será un comunicado oficial ni cifras de un boletín. Será el aliento de quien vive sin la angustia de no encontrar sus medicinas, la calma de quien recibe un diagnóstico oportuno y la confianza de familias que por primera vez sienten respaldo verdadero de su Estado. Esa, en definitiva, es la gran labor del Secretario de Salud: insuflar oxígeno puro a un sector tan sensible como el corazón mismo de la sociedad.