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Claudia Sheinbaum y el Desafío de Gobernar entre las Sombras del Obradorismo.

Opinión
José Rodríguez Castro

Desde que asumió la presidencia de México, Claudia Sheinbaum enfrenta un desafío silencioso pero crucial: ejercer el poder en un entorno donde las lealtades, los intereses y los símbolos del lopezobradorismo siguen vigentes, pero ya no están bajo su control directo. Entre los actores que conforman este escenario destacan los hijos del expresidente Andrés Manuel López Obrador, los líderes de Morena y una estructura de poder que aún responde a los afectos y códigos del sexenio anterior.

Una presidenta sin ruptura, pero con distancia.

Claudia Sheinbaum ha mostrado hasta ahora una actitud política de continuidad leal, sin romper con el legado de AMLO, pero evitando quedar atrapada en sus redes familiares o sentimentales. No hay confrontación abierta con los hijos del expresidente, pero tampoco cercanía evidente. Es un equilibrio tenso: Sheinbaum no cede espacio político a figuras que no forman parte de su núcleo de confianza, aunque tampoco los enfrenta directamente.

Su actitud ha sido la de no polemizar ni personalizar. En lugar de responder a provocaciones o cuestionamientos sobre los hijos del expresidente (especialmente en torno a su influencia o negocios), prefiere guardar silencio, mostrando un estilo prudente, institucional y a veces críptico. Pero ese silencio también es una señal de límite.

Morena: partido sin cohesión real.

Morena no es un partido homogéneo, sino un movimiento en disputa interna permanente. Los liderazgos estatales, los dirigentes nacionales y los grupos parlamentarios funcionan muchas veces como islas de poder autónomas, más atentos a su propio destino político que al proyecto común.

Frente a este panorama, la actitud de Sheinbaum ha sido doble: por un lado, legitimar la estructura partidista actual, incluso cuando se ve atravesada por ambiciones personales o pugnas internas; por otro lado, construir su propia red de lealtades técnicas y políticas, designando funcionarios que le responden a ella y no al viejo obradorismo.

Su estrategia ha sido no desarticular Morena (aún lo necesita), pero marcar un estilo de gobierno con sello propio, basado más en la eficacia que en la épica.

Un juego desarticulado que Sheinbaum no puede ignorar.

El tablero político actual parece desarticulado: los hijos de AMLO ocupan un lugar simbólico sin responsabilidad formal, los liderazgos de Morena se mueven con agendas propias, y la presidenta intenta consolidar un equipo que responda a su lógica. En ese contexto, su actitud política se ha basado en tres claves:

-Silencio estratégico frente a lo incómodo, como los escándalos o reclamos internos.

-Poder ejecutivo concentrado en perfiles técnicos y leales, sin compromisos con el viejo clientelismo.

Cuidado extremo de su imagen como figura racional, honesta y sin complicidades impropias.

Aunque algunos analistas interpretan esta situación como una debilidad de liderazgo, también puede verse como una transición calculada del lopezobradorismo a un nuevo estilo de mando, donde el poder ya no se ejerce desde la plaza pública ni desde el linaje, sino desde la gestión y la institucionalidad.

Conclusión: ¿Desorden o estrategia silenciosa?

La actitud política de Claudia Sheinbaum no es rupturista, pero sí delimitadora. No confronta al viejo obradorismo, pero tampoco se somete a él. Frente a un juego político desarticulado, entre figuras simbólicas como los hijos de AMLO, una dirigencia partidista fragmentada y tensiones internas, su respuesta es mantener el rumbo sin estridencias, reafirmando su autoridad mediante hechos, nombramientos y resultados.

En ese estilo sobrio y técnico puede residir su mayor fuerza: la capacidad de gobernar entre las ruinas de un liderazgo carismático sin quedar atrapada en su sombra.

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La Palabra Política

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