Hoy, el verdadero mensaje que envía desde Palacio Nacional es claro: el mando es suyo.
Por: La Palabra Política.
CDMX, 13 de agosto del 2025.
En política, las palabras son importantes… pero los silencios pesan más. Y en el caso de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, su silencio frente a los errores, excesos y omisiones del gobierno anterior no es debilidad: es cálculo. Es respeto al movimiento que la llevó al poder. Es también, paradójicamente, la confirmación de que sí había desorden en la casa.

Desde Palacio Nacional ha comenzado una limpieza que no se grita, no se presume, pero se ve y se siente. Los cambios en la UIF, el SAT, PEMEX; el giro estratégico en seguridad con Omar García Harfuch apagando lentamente el eslogan de “abrazos, no balazos”; y los ajustes silenciosos en secretarías clave son más que simples movimientos administrativos: son una cirugía de fondo al aparato de Estado que heredó del lopezobradorismo.

Claudia no se ha parado frente a un micrófono para señalar culpables. No lo hará. No porque no los haya, sino porque su ética política y su pacto de lealtad con MORENA y con Andrés Manuel López Obrador se lo impiden. Ella no va a dinamitar el puente que la llevó al poder. Jamás veremos un discurso suyo atacando de frente al expresidente o a su círculo más cercano. Pero cada nombramiento, cada destitución y cada nueva estrategia revelan una verdad incómoda: la casa estaba sucia. Muy sucia.

Hoy, la presidenta se enfrenta a lo que no sabía que recibiría: expedientes con contratos leoninos, redes de corrupción en gobiernos estatales morenistas, acuerdos oscuros entre secretarios, legisladores y empresarios. Y lo está haciendo sin convertirlo en espectáculo político. No hay conferencias matutinas para ventilar la “porqueriza” heredada, pero las decisiones hablan por ella.
Su estrategia es quirúrgica: limpiar sin romper el relato oficial del movimiento, fortalecer al Estado sin abrir guerras internas, mostrar que el gobierno ahora tiene otra mano… y otra cabeza. En apenas meses, el cambio de tono es evidente. El combate frontal al crimen organizado, la coordinación real con fuerzas armadas y la intención de desarticular redes criminales marcan un contraste con la etapa anterior.

Claudia Sheinbaum no llegó a Palacio Nacional para custodiar un legado. Llegó para gobernar con su sello. Y aunque muchos quieran seguir viéndola como una extensión del lopezobradorismo, cada día queda más claro que su gobierno tiene otro libreto. Uno donde la lealtad al movimiento no significa obediencia ciega a su fundador.

No le debe fidelidad política a López Obrador. Le debe resultados a quienes le dieron el voto. Y eso, en la práctica, significa reescribir la ruta, redirigir las prioridades y ejercer la verdadera fuerza del Estado sin los titubeos del pasado.

En los próximos meses, veremos si esta limpieza silenciosa se convierte en una nueva forma de gobernar o si terminará topándose con las resistencias del viejo aparato. Por ahora, lo cierto es que en Palacio Nacional ya se respira otro aire. Y aunque ella no lo diga… todos sabemos que está limpiando el desastre que le dejaron.


