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Alejandro Armenta: El Escudo de Puebla Frente a la Tirantez Oligárquica.

El Gobernador Armenta Mier demuestra que la Cuarta Transformación no es un lema vacío, sino un mandato de justicia.

Por: La Palabra Política.
Puebla, 30 de abril del 2025.

Cuando Alejandro Armenta Mier juró como gobernador de Puebla, sabía que su mandato no sería un viaje en crucero diplomático, sino una travesía de alta mar en tormenta. Su brújula moral, sin embargo, nunca ha flaqueado: primero los pobres, primero los pueblos originarios, primero quienes han visto sus tierras y sueños despojados por oligarcas que amasaron fortunas con el sudor y el despojo ajeno.

Alejandro Armenta Mier Gobernador del Estado de Puebla.

Hace unas semanas, Armenta cruzó una línea que muchos susurraban en los pasillos del poder: llamó por su nombre a los potentados que ordeñaron incansablemente el erario poblano. Pidió cuentas. No con eufemismos ni diplomacia de café elegante, sino con la claridad de quien sabe que el latifundio y la codicia se alimentan del silencio. Ese acto —justo, necesario— detonó la gran embestida mediática: periódicos, televisoras, portales digitales y redes sociales zarandearon su figura, invocando fantasmas neoliberales para desacreditar su gobierno.

Detrás de esa cortina de humo estaban los antiguos dueños de Puebla: los señores de los ranchos y las constructoras, arropados por columnas de opinión compradas al peso y voces digitales guiadas por algoritmos de interés. De pronto, el “Gobernador rebelde” era exhibido como un irreverente peligro para la estabilidad. Pero lejos de amedrentarse, Armenta endureció su convicción.

Porque ¿qué es más violento? ¿Un gobernador que reclama transparencia y freno al saqueo? ¿O las élites que se enriquecieron vendiendo a la sombra de la ley y convirtieron al campo en su botín? Armenta no lo duda: la verdadera brutalidad es la secrecía de sus adversarios, su voracidad sin freno y la complicidad de quienes callaron mientras se despojaba a las familias campesinas de su sustento.

Hoy, en lugar de retroceder, el gobernador refuerza su escudo. Sus decisiones resuenan en cada municipio: programas de apoyo directo a pequeños productores, saneamiento de contratos lacrados de opacidad, y mesas de diálogo donde el campesino y el empresario honesto son convocados igual que el presidente municipal y el comisario ejidal. Ese es el pulso de su mandato: un gobernador que no se conforma con la promesa, sino que firma la ejecución.

Mientras las oligarquías desatan sus peores columnas de opinión, Armenta multiplica sus iniciativas con una táctica implacable: convertir cada ataque en un escalón para profundizar su proyecto de “Puebla para todos”. Hoy la administración estatal avanza en saneamiento de deuda, obras públicas que priorizan comunidades olvidadas, becas educativas que rompen ciclos de pobreza y un combate frontal a la corrupción que —a largo plazo— cerrará ese grifo de privilegios que tanto dolor ha causado.

No es un político ruidoso; es una muralla silenciosa y consistente. No presume en las redes, pero las usa para transmitir en vivo la mirada de los campesinos recuperando sus parcelas. No gesticula al viento, sino que firma decretos que revierten contratos caducos. Su fortaleza radica en la coherencia: no bastan las meras palabras, sino las acciones que dejaban helados a sus enemigos neoliberales.

Así, Alejandro Armenta Mier demuestra que la Cuarta Transformación no es un lema vacío, sino un mandato de justicia. Y ante el estruendo oligárquico, su respuesta es inquebrantable: Puebla volverá a sus dueños legítimos, tendrá un rostro humano y será el primer territorio donde los poderosos rindan cuentas. En esa purga de privilegios y redes de influencia, el gobernador se yergue como el escudo que, contra viento y marea, protege a los más vulnerables. Porque, al final, gobernar no es ceder ante la prensa ni negociar tras bambalinas: es devolver el poder al pueblo. Y en eso —ahí reside su verdadera victoria— Alejandro Armenta ya lleva ventaja.

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