Ahora soy de Izquierda
José Rodríguez Castro
Parte 1
Síntesis del libro
1
Soy un profesional que se entiende con el interlocutor que me toca, sea del PAN, el PRD o del PRI, Cuando yo era del PRI, ahora sea del PRI o en el PAN, ahora soy del PRD. Puedo acreditar que soy un profesional de la política/ Arturo Núñez Jiménez
¿Quién lo conocía? Nadie. O pocos. Y los pocos, nunca le concedieron la confianza, pero eso sí, pero algunos se hicieron sus cómplices. En cambio otros más, jamás advirtieron, ni les pasó por la cabeza sobre cómo actuaría siendo gobernador. Quienes se atrevieron a escribir sobre su pasado de rancio conservadurismo priistas, incluso sus verdaderas intenciones, fueron perseguidos, amenazados, deshonrados, y señalados como traidores. Con el tiempo, habiendo dejado el poder, dejaría por su paso calamidades y exabruptos frustrados, desaliento y odios. Seguro de que como la desmemoria en el trópico es tanta su indolencia y que nunca se sacude el polvo para salir del ostracismo. Por lo tanto, el olvido, es eso, olvido, y la historia es parte del olvido. En el trópico, por su condensada atmósfera, la historia se evapora.
Con el tiempo, hoy, por supuesto, nadie recuerda nada, o a nadie le importa lo que haya ocurrido, o cómo haya gobernado Tabasco durante seis años, Arturo Núñez Jiménez. Tampoco, como nunca ha ocurrido siempre, nadie trató de saber la razón por qué el estado, ha permanecido en el sueño de los justos, desde las maldiciones porfiristas y garridistas. Incluso por el oro negro, “los veneros del diablo”, el petróleo puedo ser uno de los peores castigos que condenó para siempre estas tierras de la nada. Porque nunca pasó nada, y nada sigue pasando, ni pasará nada. El trópico tabasqueño es mucho más complejo para quienes lo conocen, misterioso, injusto, tramposo y traidor. Mucho más complejo e inpenetrable, para aquellos que se han atrevido a vivir aquí. Es una tragedia, escribió alguien que se atrevió adentrarse en sus entrañas.
Arturo Núñez Jiménez debió de conocerlo que con artimañas, truculencia y engaño, sedujo a los habitantes y ninguno tuvo nunca la más lejana sospecha de sus malas intenciones. Hombre de mente oscura y siniestra, haciendo alarde de una sabiduría adquirida de los clásicos que memorizó a través de su larga vida, Arturo Núñez se aprovechó de la ignorancia y le ingenuidad de quienes habían soñado y esperado desde hacía muchos siglos al hombre que los salvaría de su milenaria postración.
En fin, como llegó se fue, sin dejar rastro alguno, sin dejar recuerdos, ni nostalgias, ni sus sabias palabras en mente de alguien, las que prometían hacer de Tabasco tierra promisoria para pobres y ricos, moderno y el más avanzado de México. Se fue como una sombra, un alguien, un prófugo huyendo de su propia sombra, de ser lo que era, porque nada de lo que tanto dijo en sus largos discursos, pertenecía a su conciencia ni una palabra, una idea, que fuera suya. Todo fue producto de su delirante sabiduría adquirida de antiguos libros que describían los entresijos, las mañas y traiciones para conducir el poder político. No era lo que fue, sino otro. Un personaje siniestro y misterioso.
Al abrir el libro de Historias clandestinas de Adolfo Gilly, entre tantos otros escritos en tiempos de olvido y el polvo, se descubre que en una de sus páginas describe algunos aspectos del verdadero Arturo Núñez Jiménez. Seguro de haberlo conocido o haber convivido o compartido con él algunas ideas. Algunos apuntes y observaciones, reveladores, sobre quién era en realidad, o que suponía que era el verdadero Arturo Núñez, muchos años antes de ser gobernador de Tabasco. Tal vez en la actualidad ya no tiene importancia. Demasiado tarde, pero alguien tiene que hacer algunos subrayados con el objeto de no dejar escapar impune la vileza humana y política de un hombre que formó parte del sistema político del PRI por setenta años, y que un día para otro, no sólo negó su pasado, sino que adoptó la ideología que tanto repudió y combatió desde las tribunas públicas. Que además tuvo el descaro de confesar que tenía los méritos, como político de oficio, para adoptar la ideología que tanto censuró y desacreditó, precisamente durante los tiempos cuando alardeaba ser un fiel y digno priista, defensor de los valores históricos patrios, la democracia y la igualdad. Un burócrata al servicio del poder. Dogmático y defensor de las añejas y viejas prácticas políticas.
Adolfo Gilly, haciendo referencia sobre el verdadero Arturo Núñez, trae a cuento el fraude electoral de 1988. El asesinato de cientos de perredistas durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. El no cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés. El nuevo fraude de 2006. La represión de los movimientos de Atenco y de la APPO y la tragedia en la mina Pasta de Conchos. Así como la declaración de ilegalidad de la huelga de Cananea. Las mujeres y jóvenes asesinados en Ciudad Juárez. Además de la profunda crisis del PRD, porque en este partido estaban quienes antes se oponían a los intereses de los ciudadanos.
En todos estos acontecimientos estuvo en los primeros planos Arturo Núñez, presuntuoso miembro del PRD. Precisamente cuando este partido adoptó a los priístas, los que oportunamente descubrieron que era un escaño más para para prolongarse en el poder por tantas décadas más. Mucho más allá del tiempo y las circunstancias democráticas y electorales, repitiendo los mismos operativos para cometer fraudes electores, imposiciones, violaciones a las leyes, supresión a la libertad de expresión, desarticulaciones de los movimientos sociales y represión contra los líderes estudiantiles y las mujeres. Militar con dignidad en La izquierda magnánima, para construir un nuevo régimen político con profundas raíces históricas, la misma izquierda, porque no había otra, la que en otro tiempo habían condenado desde las altas gradas del PRI. En las tribunas del congreso y en campañas electorales.
Qué pensó Adolfo Gilly que sucediera, si todos eran del PRI. Por qué su nostalgia, cuando dice que habían pasado casi veinte años, desde aquel mil novecientos ochenta y ocho, cuando había tanta rabia. La misma que había conocido en las gentes con las que las compartió en Cuba, Bolivia, y ésta, que ahora conservaba. Y que en algún memento, incluso, tuvo una gota de esperanza. Pero resulta que cuando no perdía la esperanza, robaron la elección, defraudando los Acuerdos de San Andrés, porque desencantado, dice, nunca pensaron cumplir.
Adolfo Gilly señala que alguno de los que andaban por ahí, en esos momentos en el PRD, era Arturo Jiménez. Como tantos otros de los que tenía enfrente en el ochenta y ocho y lo amenazaban. Que no era cuento, cuando Carlos Salinas era presidente de la república. Y todos éstos, hasta esos momentos, asegura Gilly, dirigían a la oposición. Esos son, sostenía Gilly. Eran los mismos, los de siempre.
Y que querían esos, que Adolfo Gilly, no tuviera rabia, que esperara, haciéndole creer que dirigirían algo. Voy a tener esperanza de ellos, se armaba de paciencia, Gilly. Como tantos más que vivieron la misma experiencia.
Así como la impotencia de Adolfo Gilly de no poder corregir aquello que degradaba a una sociedad que requería de líderes honestos, confiables, muchos que creían en una izquierda democrática, también, con el tiempo, como tantos otros, los tabasqueños cayeron en la impotencia y la desilusión, víctimas del engaño.
La misma impotencia que padecieron los tabasqueños por no haber podido cambiar el destino de su voto, un ejercicio que en su momento pudo haberse calificado como un acto de heroísmo democrático. Porque cuando les ganó la confianza, el priista convertido, que tenía el valor de confesar, soy de izquierda, suficiente coraje para sacar a Tabasco del atraso y la pobreza, no dudaron de consagrarlo gobernador. Hasta el incrédulo se conmovió cuando escuchó, izquierda. Pensó, comunismo.
Arturo Núñez, conociendo la indolencia de los tabasqueños, el desinterés, y su habitual morosidad, acaparó la atención popular con el discurso de izquierda. Luciendo su conocimiento enciclopédico, sacaba frase de aquí y de allá, que si nadie tenía la suficiente cultura para interpretarlas, no era su culpa. En cambio, en la ignorancia, se le consideraba un sabio, un iluminado, como para poner en tela de juicio todo aquello que salía de su boca y su cavernosa voz.
Arturo Núñez, por provenir de la burocracia política, nunca tuvo inclinación por realizar activismo en Tabasco. Se le presentía negado a las reuniones con grupos o eventos populares. En cambio, tenía preferencia por los círculos políticos exclusivos, donde hablaba de sus hazañas y habilidades. El trato cercano y de confianza con los altos funcionarios federales. Las encomiendas delicadas que le eran confiadas. El único político tabasqueño que gozaba del mayor prestigio nacional. Valorado, incluso, por su frío carácter y calculadora forma de conducirse. Hecho y labrado a la medida del sistema priista. Sujeto a la disciplina y a la orden del poder.